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Los buenos modales

 
Publicado en el Diario El Comercio, año 2001.
 

Después de escribir mi patética suplica a los amigos cocineros para que se apiadasen de un pobre gastrónomo a dieta, me vino a la cabeza esa mal llamada espontaneidad española que suele venir acompañada de la deplorable frase «Es que yo soy así de campechano y digo las cosas como las siento, sin pensarmelo dos veces», cuando en realidad a ese comportamiento sencillamente se le puede calificar como de grosería o falta de educación.

España es el único país del mundo en que uno se siente calvo antes de que se le caiga el pelo: «Oye macho, vaya entradas. Tu a los cuarenta estás como una bombilla». Luego llega uno a los cuarenta y seis con una hermosa cabellera y se pregunta porqué lleva mas de veinte, sufriendo cada vez que ve algún pelillo en el lavabo y el casusante fue aquel maleducado que en la mili te vacinó una alopecia como la que él padecía.

«Que barbaridad, Pepe, me decía el otro día cierto personaje de desagradable recuerdo, cada día estás mas gordo», a lo que no me quedó mas remedio que contestarle «Y tu mas enano, mas feo y mas impertinente».

En Inglaterra uno se entera de su calvicie un día en que se ve la coronilla en el espejo de un ascensor, o de su gordura al pasar ante un escaparate y sorprenderse ante su perfil. Luego va al peluquero y al sastre y al comentarles lo sucedido, estos con toda cortesía le responden: «Caramba, Mr. John, pues no me había fijado, pero ahora que lo dice, sí que me parece prudente hacerle el próximo traje con rayas verticales».

Y eso en lo genérico, pero es que cuando llegamos a la mesa, lugar donde se ve superlativamente la educación de las personas, la cosa entra ya en el campo de lo escatológico.

Hace unos días me coincidió entrar en un comedor popular en que servían fabada de plato del día y en la mesa contigua, dos individuos con aspecto de vendedores de repuestos de automovil, competían entre sí por ver quién era capaz de sorber les fabes con la cuchara a mayor distancia de la boca.

Otra costumbre bastante frecuente, sobre todo en el medio rural, es beberse todo un café con leche, tamaño desayuno, cucharadita a cucharadita, eso sí, después de haber revuelto el azúcar intentando reproducir, con mayor o menor fortuna, los acordes del carillón de la Escandalera a medio día.

Pero esto no es lo que mas me preocupa, al fin y al cabo son limitaciones culturales de personas que quizás no hayan tenido la suerte, o la desgracia, de haber accedido a ciertas enseñanzas. Lo terrible es cuando ves a esos jóvenes de buena familia, a esos pobladores de los nuevos centros de ocio, comportarse como los actores de Mad Max o los del Planeta de los simios (salvo Raquel Welch, que siempre fue muy hortera, pero muy fina).

Quizás sean el producto de una negligente educación por haber comido en el colegio o en el burguer más próximo para comodidad de los padres, pero lo que no valoran estos es que el día de mañana, cuando alguno de estos vástagos aspire a ser alguién en la vida, tendrá que, junto a esos costosos masters de alta gestión y los cursillos de relaciones humanas y P.N.L., hacer otros de comportamiento en la mesa, algo que a los veintitantos años suena un tanto vergonzoso, pero que en EE.UU. ya es práctica habitual, porque los modales son parametro de valoración de un ejecutivo.

Y de paso, reflejo de como funciona una familia, porque da asco ver como se comportan algunas en los comedores públicos.

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Escrito por el (actualizado: 13/08/2015)