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San Martín, matanzas y comilonas

 
Diario El Comercio año 1996

Se imaginan ustedes la cara de asombro que pondrían nuestros hijos si les dijesemos llenos de júbilo que la semana que viene ibamos a degollar un cerdito y durante tres días podrían ponerse ciegos de hígado, orejas, morros, chicharrones o panceta a la parrilla?

Lo mas probable es que si tienen mas de doce años nos miren con desprecio, se vuelvan a colocar los cascos del Walkman y se vayan al Burguer a comentar con sus amiguetes que su padre se ha vuelto loco y le ha confesado que piensa participar en un asesinato rural, algo así como una misa negra, un akelarre satánico, o algo parecido.

Para nuestros encantadores J.A.S.P., la carne de las hamburguesas y de las salchichas, o el jamón de los sandwiches y de las pizzas, proviene de un envoltorio aséptico cuyo anagrama multicolor augura que detrás no ha habido el menor proceso criminal.

Los cerdos ya no existen porque están encerrados en grandes naves escondidos de la vista del consumidor, cuya sensibilidad podría verse herida si por algún casual pudiese asociar las crujientes lonchas del bacón que adornan el Big Mac, con esos repugnantes animales pestilentes.

Y por supuesto no hablemos ya de los derechos de los animales, porque todas esas nenas tan monas que revolotean por el Mac Donnald´s engullendo hamburguesas recocidas, si sospechasen que están tragandose parte de la patita de un inocente ternerito, abatido de un estacazo en la cabeza entre mugidos agónicos y charcos de sangre, por supuesto que se horrorizarían y nunca mas volverían a ser complices de tal atrocidad.

Y es que esta hipocrita sociedad no quiere reconocer que el hombre es un animal carnicero, pero antes de acudir a una manifestación antitaurina, los lideres convocantes se zampan unos escalopes de ternera al cabrales.

Volver a conocer la realidad de nuestro entorno sería una excelente terapia para muchos hijos del asfalto.

Ver como los jamones no son otra cosa que las patas traseras de un cerdo que chillaba como un demonio cuando le clavaron el cuchillo en la yugular, y que con esa sangre que manaba a borbotones, se hicieron las morcillas que usa la abuela para la fabada de los domingos.

Si ese sospechoso negocio llamado Turismo Rural no se limitase a conseguir subvenciones para reconstruir la casa del abuelo, una actividad fascinante para los visitantes asfálticos podrían ser las matanzas turísticas. Un fin de semana rodeado de sangre, carnes tibias, comida brutal y por encima de todo, volver a nuestros orígenes animales, sin prejuicios, sin tabues, sin hipocresía.

La matanza ha sido durante siglos la gran fiesta popular ya que implicaba que durante esos tres o cuatro días todos podían comer a dos carrillos cuanta carne quisieran, algo que, salvo eventos especiales, solo ocurría una vez al año.

Recuperado del antiguo culto satánico de Moloc, motivo por el que esta carne está prohibida en todas las religiones hebráicas, la Iglesia, renegando de las normas alimentarias respetadas por Cristo y sus apóstoles, a comienzo de la Edad Media adoptó las costumbres bárbaras de los poderosos reyes guerreros que aceptaron el bautismo tras la invasión del imperio romano de occidente, y así desde entonces y como signo distintivo contra los musulmanes y hebreos, los cristianos no solo comemos cerdo, sino que hacemos ostentación de ello como signo diferenciador ante los infieles.

Aun en el siglo XVII, un intelectual simpático y liberal como era Quevedo, aludía a esta tradición contra su pertinaz enemigo Góngora, sospechoso de judio converso:

Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino.

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Escrito por el (actualizado: 10/10/2010)