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Tertulias gastronómicas

 
Diario El Comercio año 2000.
 

No consigo recordar qué notable cronista español, quizás Diaz Cañabate, afirmaba que las famosas tertulias de los cafés madrileños eran solo una forma ingeniosa de burlar las hambres seculares con que los pobres intelectuales españoles comulgaban a diario.

Con un palillo en la boca y sacudiéndose la solapa de migas, entraban en el café aparentando venir de hacer lo propio en algún comedor de la villa y es que durante siglos, el hambre, algo que hoy día solo nos despierta compasión o recuerdos del endocrino, no solo se sufrió como un drama social, si no que se vivía como una verguenza entre quienes la padecían.

¿Qué se hacía en aquellas históricas tertulias?

Pues de todo, menos comer, claro.

Se fabulaba, se conspiraba, incluso se reía, porque, curiosamente, en los tiempos de crisis es cuando los españoles desarrollamos nuestro mejor humor.

Sin embargo hoy las tertulias son como una prótesis para un miembro que goza de perfecta salud, pero que parece traer cierto recuerdo nostálgico, algo aquello de que «todo tiempo pasado fue mejor».

«Pero Antonio ¿Para qué llevas esa pierna de madera al hombro?» pregunta el amigo, y el otro le responde: «Chico, como uno nunca sabe cuando le pueden atropellar. Ví que hacían rebajas en la ortopedia y he preferido curarme en salud».

Hoy día ya no hay hambres que engañar ni tiempo que distraer, al contrario, nos faltan horas y nos sobra comida, por lo que las tertulias están en fase de agonía.

Un servidor de ustedes, que como saben es un nostálgico, recordando cuando acompañaba a su padre a la cervecería Alemana de la plaza de Santa Ana, al Café Central de la glorieta de Bilbao, o al Gijón del paseo de Recoletos, pequeños nucleolos burgueses del escaso liberalismo que permitía el franquismo, intentó con poco éxito retomar esta saludable costumbre en estos valles, y a pesar de la buena fé de mis queridos y doctos contertulios, lo cierto es que de aquestos debates no conseguimos tan siquiera derribar un simple gobierno regional.

Nacen con objetivos intelectuales, con ideas políticas y hasta con talantes paramasónicos, pero siempre se empieza por un suculento ágape y ya se sabe, por razones fisiológicas (parece ser que la sangre que debería irrigar el cerebro se reconduce al tracto gástrico para facilitar la digestión), con el estómago lleno solo apetece fumarse un buen puro, y seguir la dulce charla moviendo un cubito de hielo en el Macallan 12.

Una de las únicas tertulias, por no decir la única, que ha sobrevivido en estos tiempos mas de una década, es la llanisca La Tajca (el vocablo no tiene mas esoterismo que la gracia que les hacía a los amigotes cuando el José Castro, «el Quillo», en vez de chigre decía tasca (en andaluz pronunciado tajca), y de ahí le quedó el nombre).

Su filosofía es absolutamente epicúrea, juntarse para comer cada viernes del año, excepto Viernes Santo y noviembre, mes de vacaciones del restaurante El Jornu, promotor de la idea, para hablar de lo divino y humano, y si es necesario arreglar Asturias, pues se hace en un pispas.

Otra que aguanta es la «¡Viva Don José!», grito que recuerda al de las cortes gaditanas de «¡Viva la Pepa!» y que funciona en Oviedo los primeros miércoles de cada mes.

Menos periódica pero mas antigua es la del «Rutiu», aunque al ser itinerante y no publicar ninguna obra, su labor queda hermética en su propio seno.

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Escrito por el (actualizado: 13/08/2015)