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El Business etic y los libros de cocina

 
Publicado en revista Viandar, año 2003
 

Este es un tema que desgraciadamente da poco pie al humor y a la imaginación, sobre todo a los que vivimos de ello. Vamos, como que nada. Por eso no lo quise tocar antes porque huele a rancio, a soez, a sórdido, incluso a fracasado. No obstante está ahí y por eso hay que sacarlo a la luz, aunque la podredumbre esté tan incrustada como en una vieja ancla que compró mi padre en un desguace y a la que por mucho que intentásemos sanear, incluso taladrándola con brocas, cada poco tiempo vomitaba una nueva bocanada de óxido.

España es un país que, por encima de todo, hasta del dinero o la religión, venera los poderes fácticos.

Yo tenía un amigo que dejó de ir a las manifestaciones porque decía que sin los porrazos de los grises, ya no tenían gracia.

- Hombre, le aconsejé, siempre puedes pedirle a un antidisturbios que te dé cuatro hostias.

- No es igual, no es igual, me respondió, le faltaría espontaneidad, no habría ese morboso terror a la autoridad con que tanto gozábamos en los setenta.

Cualquier siniestro personaje que sepa sacar partido a la mediocridad ambiental, subirá al poder. Un desalmado inquisidor que decapite sin pestañear al mas inocente vecino, amasará una fortuna. Ese miserable pelotas incapaz de tener una sola idea propia, andará por caminos de rosas a la sombra de algún vanidoso triunfador. Aquel pusilánime tiratintas adulador de taberneros, llegará forjar un nombre entre las letras gastronómicas a base de no comprometerse jamás, ni decir con voz propia lo que intenta publicar con seudónimo.

Me escribió un lector felicitándome por el articulo “Feliz 2003”. A modo de resumen copio un párrafo: “Me encanta, pero estás como una cabra. Vas a conseguir que te quiten tu columna ...”. El lector, ya amigo, me ofreció una moscovita y unas resmas de papel para entretenerme el día que Mikel Zeberio haga caso de su director de marketing y me dé una patada en el culo, decisión compartida por la mayoría de revisteros, guieros, y criticadores, a quienes desde estas páginas en algunas ocasiones les hemos tirado de la manta y se han puesto como fieras.

Pero el mundo sigue girando mediante el impulso de esa cuerda mediática en la que hay que dar terribles voces de indignación contra lo que los poderes fácticos manden, ora la E.T.A., ora la Guerra contra Irak, ora la capa de ozono, pero ay de tí como se te ocurra protestar por la corrupción de ciertos estamentos, la vergonzosa mediocridad de la Justicia, la mas que dudosa honestidad de ciertas leyes, o simplemente la soporífera apatía de tantos y tantos periodistas que solo piensan en como mantenerse en su cargo hasta la jubilación, viendo pasar a su lado los cadáveres de aquellos compañeros que intentaron cumplir con su ética profesional, denunciando las barbaridades o simplemente las basurillas que pululaban a su alrededor.

Podría citarles mi propio caso en que por explicar a los lectores la diferencia entre lo que vale un vino y lo que cuesta, el director comercial de la marca citada amenazó al Grupo Vocento con retirar la publicidad y este se cargó sin mas preámbulos todo un suplemento gastronómico que era la sección estrella del periódico. Claro que meses después, cuando el citado individuo fue despedido de aquella empresa, una revista especializada le dedicó todo un reportaje ensalzando sus virtudes como salvador de la bodega, cuando en realidad no hizo otra cosa de fundir varios miles de millones de pesetas, algunos de lo cuales, curiosamente, habían ido a parar a manos de los elogiadores. Claro.

Pero hoy tocaba el turno a los libros de cocina, escabroso tema que hasta ahora se había librado de la lupa a pesar de mover también miles de millones, pero ¡de €uros!

Hace algunos años, cuando aún publicaba por cuenta ajena, escribí una colección llamada La Cocina Estacional. Salieron dos tomos, los correspondientes a Verano y Otoño, pero el ritmo se interrumpió porque Alianza Editorial cambió el diseño de su colección de bolsillo y no sabía si reeditar los dos ya aparecidos con el nuevo formato o si seguir con el antiguo para los dos que faltaban. Aún siguen pensándoselo ¡Y van siete años! Suena a coña y lo es, pero en el fondo late un pequeño drama: las librerías rebosan de libros de cocina, cientos y cientos de nuevos títulos, pero la mayoría de ellos son refritos, reediciones de obras que perdieron su actualidad cuando el Caudillo juró bandera, obras compradas a multinacionales en las que ilustran un cocido maragato con una foto de “Pot au feu”, sin tan siquiera molestarse en ocultar la botella de Chablis que en su día financió la edición francesa.

Escojamos un ejemplo: Cocina Tradicional Española, de Ediciones Librum. Las autoras de las recetas se llaman Atkinson, Clark, Farrow, y cosas por el estilo, salvo la prologista que se apellida Franco (será por darle algún saborcillo tipo “Bienvenido Mr. Marshall).

No dice nada de fabadas, potes, cocidos, escabeches, marmitakos, bacalaos, asados de cochinillo o lechazo, migas, etc. En cambio cita como cocina tradicional: Cazuela de pollo con higos especiados, Dátiles con chorizo, Gambas con guindillas, Pollo con jamón y arroz, Filetes de pescado con naranja y tomate ... ¿Acojonante verdad? Bueno pues eso no es nada si tenemos en cuenta que describe la receta de la Tortilla Española con: judías de bote, tacos de pimiento, apio, semillas de sésamo y pimienta negra, ¡ y sin patatas!

Podría citarles anécdotas como estas hasta decir basta, incluso errores de traducción que, como ni tan siquiera han contratado a un cocinero para hacer las correcciones, nombran lenguado a un salmonete, champiñón a un rebozuelo o pintada a una perdiz (estoy hablando de una importante obra de una de las principales editoriales españolas).

“Pues con no comprarlos, a otra cosa mariposa”, me dirán ustedes, pero es que resulta que estos bodrios son los que venden, saturan la oferta, malean el mercado y, sobre todo, permiten que ciertos traficantes, hagan fabulosos negocios imprimiendo en Vietnam y encuadernando con niños en Bangla Desh, mientras que la industria española y los escritores, tenemos que hacer piruetas para sacar adelante libros que podrían recuperar tradiciones, educar a los consumidores o simplemente entretenernos con una lectura mínimamente cualificada.

Evidentemente es legal hacer esas cosas, por ejemplo comprar a Dorling Kindersley Book las colecciones que publicaron en Inglaterra hace diez años y lanzarlas en España como novedad, pero viviendo como estamos en nuestro país una Edad de Oro de la gastronomía, creo que era de rigor que al menos una revista publicase una columna independiente, libre de las presiones de la publicidad, del control del inquisidor de turno, de las no escritas leyes de silencio ejercidas por el amiguismo, en la que se pidiese a los lectores un mínimo de calidad de consumo. Un buen libro de cocina se disfrutará toda la vida, uno malo solo servirá para coger polvo e incordiar cada vez que se haga una mudanza.

Lamento que el plato de hoy fuese tan poco apetitoso, pero a veces los cocineros, además de la sal y la pimienta, también debemos usar el Fayri.

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Escrito por el (actualizado: 16/08/2015)