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El Código Da Vinci es un absurdo.

 
Junio 2006
 

A estas alturas en que todos hemos leído la novela para poder afirmar con cierto criterio lo mala que es (los intelectuales dicen que solo pudieron llegar a la tercera página porque semejante bodrio les revolvió el estómago, así que tomen nota porque esto es lo más megapijo que se dice ahora en las tertulias literarias) y que igualmente hemos contribuido a llenar las arcas del pirata Dan Brown con las mil pelas de la entrada del cine, creo oportuno pronunciarme al respecto, afirmando que toda esta obra es absurda porque ¿Como es posible que ser humano alguno, aunque descienda del mismísimo Cristo, pueda recorrer media Europa y pensar con la claridad suficiente como para descifrar un código, sin comer?

No tiene ni pies ni cabeza, máxime desarrollándose la mayor parte de la trama en París, capital mundial de la gastronomía, hospedando incluso a Tom Hanks en el mítico hotel Ritz, donde podía haberse al menos cenado esos esparraguitos verdes con foie que con tanto mimo prepara el chef Michel Roth en L’Espadon, y que hasta te pueden servir en la habitación por el módico precio de 73€.

¡Hombre, por Dios!
Por lo menos una pinta de cerveza de barril de esas que sirven en los pubs ingleses (cask beer), tan cremosas y perfumadas, acompañadas con un sabroso pie de carne de Sayer (ver Empanadas ), o un simple sandwich de pan de centeno con rosbif, porque hasta los ingleses comen entre té y té ¿Qué menos se puede pedir para una pareja de jóvenes que están salvando el más preciado tesoro de los templarios, masones y senescales del Priorato de Sión?

Y eso en la película, donde solo van del Louvre al Roslyn, porque en la novela, en que hasta lo pasea por Oviedo, eso sí que es ya una tragedia, un absurdo, un sinsentido. Un tío que es capaz de construir por el morro un ferrocarril desde Andorra hasta La Escandalera y que no invite a su protagonista a reponer fuerzas con unos Caramelos de morcilla en Casa Fermín, es un cabrón, un tacaño, un indolente, un sátrapa, un hijoputa, vaya.
Por lo demás, al fenómeno Código da Vinci, yo no le veo demasiadas tachas.

La película tiene el inconveniente de que el cámara debía ser epiléptico, porque la mueve de forma tan convulsiva, que yo me pasé la mitad del tiempo mirando al techo, porque me pillé tal mareo, que hasta se me indigestaron las palomitas.
Pero bueno, es un Thriller, no peor que cualquiera de los que acostumbran a estrenar para lucir a Brad Pitt, George Clooney, Russell Crowe, Tom Cruise, Pierce Brosnan o el propio Sean Connery, porque anda que el pastelón que nos metieron con La Liga de los hombres extraordinarios, que no me jodan, que fue todavía más cutre y peor documentada que esta (y eso que Sean Connery es masón), y nadie puso el grito en el cielo.

En una tertulia televisiva, en la que el pestiño de Sánchez Dragó no paró de dar la lata para presumir de que no lo había leído (no sé entonces para qué coño le invitaron al programa), Javier Sierra, autor de La Cena Secreta, una magnífica obra que también ronda sobre el asunto y que está siendo sido Best Seller hasta en EE.UU. (es el primer español que lo consigue), apuntó la única idea original y sensata de toda la noche: “En EE.UU., han tenido que reeditar el libro de Camino y hay un verdadero boom de lectura y debate religioso y teológico, de modo que, aunque solo sea como revulsivo social, la obra de Dan Brown se merece cierto reconocimiento, sobre todo por la Iglesia católica, de la que solo se hablaba por los escándalos sexuales de los obispos pedófilos y sobre la que ahora se discute de temas de tanto interés como la integración de la mujer en su base.”
Ni que decir tiene que casi fue abucheado porque se había salido del guión, sobre todo por una especie de cirineo opusiano al que solo le venía el color a sus mejillas cuando pedía hoguera para el hereje por haber acostado a su Cristo con la Magdalena.

Dice la periodista Nuria Labari: “No hay crítico literario que no haya entrado al trapo del fenómeno ... Los críticos literarios andan entre escandalizados –porque les parece blasfemo el éxito de un libro que consideran malo...”, algo que yo no entiendo, porque si los críticos gastronómicos no escribimos columnas sobre la calidad de las hamburguesas que sirven en tal o cual Mc Donald’s, y los entendidos literarios consideran que El Código da Vinci no es literatura ¿porqué han publicado millones de artículos al respecto? (en Google aparecen 19.200.000 referencias).

Prosigue en su más que bien razonada crítica de elmundolibro.com : “Hasta hace unos meses no existía un Harry Potter para adultos, un fenómeno literario de dimensiones sociológicas”, pues ya está todo dicho, El Codigo da Vinci es como Harry Potter o como El Bulli, un gran negocio, una gran estructura de marketing, donde hay un poco de todo, menos comida.
Pero bueno, no por ello vamos a llevarles a la hoguera.

Retomando el razonamiento del Javier Sierra, yo estoy convencido de que todo esto lo ha subvencionado El Vaticano.
Ya Juan Pablo II estaba un poco mosqueado con el Opus porque una cosa fue comprar la canonización de Escrivá de Balaguer con la deuda del banco Ambrosiano y usar la imagen del Papa en las carátulas de los CDs como si fuese Michael Jackson, y otra querer parcelar la Plaza de San Pedro para hacer chalecitos adosados para los prebostes de la secta. Eso ya era pasarse. Y había que poner coto.

Con este tinglado, la Santa Madre Iglesia renovaría un poco la imagen de un pobre Cristo que solo salía a la luz hecho unos zorros en la cruz, rehumanizaría un poco su recuerdo, desesclavizaría a la mujer de su estigma pecaminoso y, de paso, pues le dabarían una toba en el escroto a esos fanáticos que se habían apropiado del gran paquete de acciones de la sociedad mediante una OPA hostil, durante el citado escándalo financiero que ellos mismo provocaron hace veinte años (tengan en cuenta que El Vaticano está considerado como uno de los principales Estados cut out del mundo, solo comparable a Nauru, Macao e Isla Mauricio, y muy por delante de otros paraísos fiscales como Bahamas, Suiza o Liechtenstein, porque en él, no solo se lava el dinero negro de la Mafia y de la droga, sino incluso del expolio nazi).
¿Conciben ustedes una crítica de más de nueve folios, para una película que no es más que un thriler de pacotilla, un “Harry Potter para adultos”, como afirma Nuria Labari?

Pues lean lo que escribe un tal Pablo J. Ginés Rodríguez en el portal de la ACI (Agencia Católica de Informaciones), por cierto un señor que solo aparece en Google vinculado a este artículo, así que, fuera de su casa y de los círculos fascistas vinculados con el OpusDei, no le deben conocer ni en su barrio.

El propio Opus Dei, en su Web Oficial, dedica a este simple asunto, nada menos que un espacio de diez folios, titulado “Criticas a 'El Código da Vinci' en periódicos de prestigio”, donde mezcla lo divino con lo humano, con el único fin de desmentir que buena parte de sus encausados usan cilicio. ¡Con la de cosas que tienen que esconder! Hay que ver la oportunidad de oro que han desaprovechado para quedarse calladitos. ¡Qué simples!

Qué proteste yo porque los tacaños de Dan Brown y Ron Howard no le pagasen respectivamente una buena fartura en La Venta del Jamón al profesor Langdon, o una cena romántica a la parejita en L’Arpége, aunque solo fuesen unas tapas en el Atelier de Joël Robuchon, pues yo creo que es razonable, pero de ahí a que se pida la restauración del Santo Oficio ¡Hombre, no! Que a ese paso la Inquisición va a dinamitar hasta la enciclopedia wikipedia por incluir un artículo sensato de este montaje comercial.

Ahora que caigo, en el cuadro de Leonardo, ni Dios tiene comida, ni un triste vaso de vino. ¿A ver si va a ser verdad todo esto?

Escrito por el (actualizado: 16/08/2015)