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Albóndigas para hacer dieta

Albóndigas de ternera
 
Albóndigas de ternera
Publicado en revista Viandar, año 2001

Era uno de esos encuentros inevitables, como el de la vida y la muerte, el de Romeo y Julieta, o el Real Madrid - Barça. Tarde o temprano tenía que suceder y ha sido ahora: me cayó la dieta.

Decía nuestro gran maestro de las letras gastronómicas, Julio Camba, q.e.p.d.: «Tenga usted siempre un régimen alimenticio, un régimen contra la obesidad, contra la arteriosclerosis o contra cualquier cosa, y cuando le den a usted una mala comida, apóyese en el régimen. Es la mejor política».

Bien, pues este no es mi caso, a mí me han puesto a dieta para salvarme la vida, eso dicen, y uno de los dramas de ser un gastrónomo a régimen es tener que defenderse a cada momento de la crueldad de los anfitriones hosteleros.
«Hombre, me decía ayer el propietario de un conocido restaurante, me parece mal que precisamente hoy que vienes a mi casa te pongas a dieta. Tengo ahí preparados diez o doce platos y unos cuantos vinos que quería que probases y me dejas colgado. ¿No te lo puedes saltar un día? Tampoco creo que te pase nada por una vez».

Lo que no sabe este buen amigo es que al día siguiente me sucederá lo mismo en casa otro colega y así, día tras día, hasta que el colesterol, los triglicéridos o las transaminasas me lleven al molde.

Nadie que no haya pasado por este amargo trago se puede imaginar la sensación de soledad y marginación que vive un ciudadano a régimen. Y si su profesión encima es la de gastrónomo, entonces la situación ya entra de lleno en el drama.
¡Si al menos hubiese alguna O.N.G. para los desamparados de la gastronomía, una asociación como la de los alcohólicos anónimos o los enfermos de Alzeimer, donde poder compartir las angustias, el desanimo, los momentos de desconsuelo, incluso las crisis de desamor provocadas por la carencia de placeres orales!
¡Piedad! os suplico.

Queridos cocineros, os pido comprensión, solidaridad, no seáis diabólicos, no juguéis con las tentaciones luciferinas de ofrecerme anguilas ahumadas, cigalas al vapor, lampreas en su sangre o becadas al salmís.
Sed bondadosos con un pobre desgraciado que está sufriendo una grave enfermedad laboral, porque para un gastrónomo la gota, la obesidad, la hipertensión o la cirrosis, son consecuencias directas de nuestro trabajo, como la silicosis en los mineros o el saturnismo en los ceramistas.

¿Se imaginan ustedes decirle a un carpintero a quién una sierra le ha llevado por delante las dos manos «Venga Manuel, tócanos las castañuelas como tu sabes»?
No me negarán que sería una crueldad, bueno pues algo así es lo que siento cada vez que me pasan por delante unos tortos de maíz con picadillo, un hojaldre de puerros, unos boquerones en vinagre o una botella de malta de Gordon & MacPhail con el café.

Por caridad, sean benévolos con un pobre crítico a dieta.
Ya sé que muchos quieren mi cabeza y al leer esto me enviarán botellas de Bollinger a mi casa con la sana intención de verme reventar, pero yo les aseguro que haré examen de conciencia y si salgo con bien de esta, de aquí en adelante seré mucho mas bueno, hasta con los políticos, si es menester.

Hay muchos métodos para adelgazar, el Montiñac, el Vegan, el del Dr. Vander, el del Dr. Siegal, el de los carbohidratos, los macrobióticos, incluso el canibalismo creo que es muy eficaz, pero ninguno estos tratamientos es viable para un gastrónomo, sobre todo la antropofagia, rigurosamente prohibida en España, y que puede terminar llevando a la cárcel a quién la practique sin las debidas precauciones. ¿Porqué? sencillamente porque todos ellos atentan abiertamente con las buenas costumbres que solemos acatar fielmente los miembros de esta profesión.

La única solución ante tan desesperada situación reside en encerrarse en casa, cual ermitaño en periodo de meditación. Retirarse al desierto como hacían los místicos para enfrentarse consigo mismo hasta llegar mediante al abstinencia a estados superiores de conocimiento. Pero hete aquí que el nutriólogo también te lo prohibe: «Has de comer, y hasta cuatro veces al día, pero lo que yo te diga» y aquí ya si que entramos de lleno en campo del sadismo: 100 grs. de carne magra de ternera blanca, 50 de zanahorias, 35 de guisantes, 42 de cebolla, 12 de aceite de germen de trigo ...

Uno de los mas dramáticos problemas que se nos plantea a los seguidores del régimen (me refiero obviamente al dietético), es que, al ya de por sí lúgubre sacrificio del platito de acelgas, se nos suma el martirio de la preparación, que no sé si será por saña o inconsciencia, pero todos los endocrinos suelen diseñar unos menús bajo estructura de fórmula magistral, según la cual, para engullir una miserable dosis de alimento, hay que pasar horas encerrado en la cocina, con la mortificación que implica ver esas baterías de sartenes vacías pidiendo guerra.

Eso, y la vergüenza de ir a la compra pidiendo cantidades que ni el mas miserable avaro se atrevería a solicitar.
Ejemplo. Llega uno al carnicero, un señor de armas tomar que encima se presenta blandiendo un machete de media luna de tres libras, y le pides 100 gramos de carne de cordero, magra, sin una sospecha de grasa, como dice el prospecto. Evidentemente lo más probable es que el régimen acabe en ese preciso instante, pero de forma trágica, porque bien sea este noble profesional, o el pescadero, el quesero, el frutero, o el que se tercie, alguno nos fileteará la nariz antes que perder el tiempo cumpliendo los designios de nuestro médico dietista.

Así, casi todos nosotros, que somos personas solidarias con el sufrimiento ajeno, pues nos llevamos esa lubina de kilo y medio que siempre solíamos comprar, con la sana intención de ir poco a poco consumiéndola en el menú.
Pero claro, 1,5 kilos de lubina, repartidos en dosis de 100 gramos (a eso me niego a llamarlo ración), supone que vamos a comer lubina durante quince días seguidos, con lo que régimen ya entra en el ámbito de lo escatológico.

También se pueden reunir diez amigos para comer todos a dieta, pero la praxis demuestra que al cabo de tres o cuatro días, no solo no se logra el propósito, sino que generalmente se arruinan amistades que han sobrevivido toda una vida.

¡Dios mío que drama!
¿Que hacer?
¿Renunciar al régimen y llevar ese fracaso en la conciencia de por vida? ¿Abofetear al médico hasta que nos autorice a comer como personas? ¿Comer solo una vez a la semana todo junto para hacerlo más viable?
¡No!
He aquí la solución: hacer albóndiguillas.

El principio es el siguiente. 

En vez de pedirle al carnicero 100 gramos de carne de cordero magra, lo cual como ya hemos explicado pondría en peligro nuestra integridad física, le pedimos, un suponer, 300 kilos, con lo que se pondrá de lo más contento.
A partir de ahí está en nuestras manos.
Entonces le exigimos que nos separe huesos y tendones, para hacer caldo, sopas, y purés, la grasa para él, que está muy rica, y la carne magra, en paquete aparte.
Con esta carne hacemos unas albóndigas, y a partir de ahí es muy fácil, simplemente seguir una regla de tres: si 300 kilos de carne dan 30.000 albóndigas, cada albóndiga lleva 10 gramos de carne, luego en cada comida no hay más que comer 10 albóndigas, y ya está solucionado el problema.

Y digo cordero, pero puede ser ternera, pollo, pavo, pescados, mariscos, vegetales, minerales, etcétera ...
Se hacen de una tacada, se congelan, y así tendremos lista la comida de dieta hasta el 2.005, fecha en que si no se ha acabado el mundo, seguro que estaremos como maniquíes.

 Pueden ver la receta pinchando en Albónigas de Dieta.

 Si le interesa leer más sobre este tema, pinche en el icono Buscador (ángulo superior derecho de su pantalla) y escriba la palabra objeto de estudio. También le recomendamos consultar en La Dieta del Cantábrico

Escrito por el (actualizado: 03/12/2013)