Sindicación de contenidos
Boletín electrónico
Contacto
Mapa web
Logo de FacebookLogo de Google +Logotipo Twitter
 
boton pinteres
Imprime ContenidoEnviar a un Amigo
 

${estadoCorreo}

 

¿Y si trabajar fuese bueno?

Sopas de ajo, muy sanas y nutritivas.
 
Sopas de ajo, muy sanas y nutritivas.

Enero 2010

S.M., el Rey Juan Carlos Iº de España, en su mensaje navideño del 2009, ha pedido honradez a los políticos, resignación a los nacionalistas, y un esfuerzo a los trabajadores, empresarios, profesionales y pueblo en general: “Trabajemos con entrega y generosidad, sin egoísmos. Pensando en lo que cada uno con su esfuerzo puede aportar al servicio de toda la sociedad.”

Hombre, honestamente, la verdad es que ni ese señor ni yo somos ejemplos muy apropiados para pedir a los demás que curren, que arrimen el hombro, o que se aprieten el cinturón para sacar adelante este lastrado país, pero tener, sí que tiene razón.

Un poco de jeta sí que le echa, pero tiene razón.

Claro que si pedir desde el trono a los españoles que se comporten responsablemente y acorde a tiempos de crisis, es echarle mucho morro al asunto, esperar honradez de los políticos, eso ya suena a coña.

En España llevamos el racaneo y la pillería en los cromosomas, como los chinos el pelo lacio. Podemos ponernos caretas de bondad, lo mismo que los chinos tirabuzones, pero golfos, somos golfos hasta las entrañas.

Hablar de estos temas cuando hay cuatro millones de parados, algunos pasándolas ya muy canutas porque se les acaba el subsidio y no ven la forma de salir del pozo, pues es bastante osado, incluso canalla, pero alguna vez había que coger al toro por los cuernos, y ya que este se ha desmanado, pues de perdidos al río: en España hay mucho cuento.

Leyendo las novelas costumbristas de principios del XX (no digamos ya del XIX o antes), vemos como aquel españolito del montón que conseguía un trabajo con el que dar de comer a su familia, era un afortunado, porque la gran mayoría de la población penaba por un mendrugo y un caldo era un festín.Caldo Gallego

En los años cincuenta y sesenta, los jornales apenas permitían a los trabajadores más humildes salir de la pobreza, pero al menos ya podían comer varias veces al día, abrigarse bajo techo y dormir en una cama decente, algo impensable tan solos unas décadas atrás.

Algunos tenían que emigrar a Alemania porque sus pueblos eran demasiado pobres, pero, en cualquier caso, el que tenía un trabajo se sentía orgulloso de poder mantener confortablemente a su familia, incluso se sentía grande por poder aspirar a ciertos bienes suntuarios como la lavadora, el frigorífico, o la televisión. No digamos ya el seiscientos.

En el siglo XXI parece que el trabajo es una lacra, una maldición, una asquerosa cadena que nos priva de nuestro derecho al ocio.

El piso, el coche, los electrodomésticos y la comida precocinada, son derechos adquiridos por el simple hecho de haber nacido en España. Amén de los múltiples caprichos de los hijos, léase ropita de moda, iPod, Play Station, TV de plasma en la habitación, etc. Incluso el coche, aunque de segunda mano, ha de ser importado y de empaque, audi, BMW, Volswagen, Todo terreno, etc.

El trabajo es ya solo un fastidio que nos quita tiempo para ver los partidos del Barça que reponen por enésima vez en ese canal de pago que nos hemos regalado el mes pasado con cualquier motivo.

Como estos trabajadores no suelen leer otras páginas que no sean las de El Marca, no tengo miedo a herir sus egos, pero sí le pregunto a usted, inteligente lector de esta web: ¿No le parece a usted que esto debería servir de tratamiento de shock para que nos replanteásemos hasta qué punto nuestras costumbres se han desmadrado?

Yo sufrí una crisis personal hace veinte años, un verdadero escarmiento que me bajó de mi nube hasta lo más hondo de una charca y, mientras nadaba para no ahogarme, comprendí cuan fatua había sido mi existencia durante aquellos años de holganza.

Fue casi una buena experiencia, eso sí ¡Qué frío pasé!

Cuando caes al charco, te das cuenta lo bien que se está en seco, pero solo entonces valoras lo que tenías, porque mientras lo disfrutas a diario, no le das aprecio.

Esta maldita crisis debería servirnos a guisa de charca, no para maldecirla por estar ahí, sino para darle gracias por enseñarnos hasta qué punto estábamos desperdiciando tantas riquezas sin darles valor.

Quizás sea el momento de decirles a nuestros ninis, que se acabaron los iPods, las Play Station y los 50€ de paga para emborracharse el fin de semana.

Siete millones de nin-nis (sí, sí, lo han leído bien, 7.000.000 de parásitos exigentes e intransigentes), son una carga insoportable para una sociedad industrial como la nuestra, pero ¿como les vamos a convencer de que trabajen si desde que nacieron llevan escuchando a sus padres despotricar contra el trabajo y soñar en voz alta con los atracones de sillón y fútbol que darían si les tocase la Bono Loto?

El Hombre, al igual que todos animales, ha tenido que trabajar constantemente para conseguir su sustento.

Hasta los leones, que no son precisamente un ejemplo de animal currante, tienen que luchar y perseguir a sus presas para poder subsistir, y esa es toda su vida.

Los occidentales del siglo XXI nos sentimos desgraciados por no poder cambiar de coche y por tener que ir a cinco días a la semana al curro, porque a la comida y al techo, no le damos aprecio. Total, como jamás nos ha faltado...

Pero es que el mundo hay muchos millones de seres humanos que no tienen techo y que, muchos días, apenas si disponen de un cuenco de arroz pata sobrevivir ¿No tienen ellos derecho a un puesto de trabajo con el que ganarse el pan honestamente? Pues al loro, porque quizás se estén poniendo en marcha para comerse nuestros quesos.

Yo pasé por la charca, y me acuerdo de lo fría que estaba aquel agua, así que ahora bendigo lo calentito y seco que está mi puesto de trabajo ¡Y lo ricos que están el Caldo de berzas y las Sopas de ajo!

Escrito por el (actualizado: 12/07/2014)