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Enotecas

 
Diario El Comercio año 1998.

No se trata de vender vinos a precio de oro por el simple hecho de usar copas grandes, ni de pavonearse por la sala con un racimo de uvas dorado prendido de la solapa presumiendo de summiller de lujo, eso es solo la fachada, la imagen estereotipada que copian los jetas de la vida, que antes de aprender el oficio de camarero, ya quieren dar clases de enología.

Una enoteca es un establecimiento especializado en el servicio y venta de vinos, donde sabemos que habrá un especialista que nos podrá aconsejar acerca de qué vino concuerda con nuestro gusto, y que además, nos ofrecerá una garantía absoluta en la conservación y servicio de estos.

Hace unos días, en una de estas supuestas enotecas, una joven camarera, sin duda en prácticas de la escuela de hostelería, pretendió servirme el fondillo de una botella, y cuando le dije eso ya no era una copa, la pobre me contestó que su jefe le había ordenado que tenía que escurrirlas hasta el final.

Ya se podrán imaginar el consejo que le dí acerca del uso que su jefe podía hacer con aquella botella, y que obviamente no puedo reproducir en estas páginas por razones de buen gusto.

¡Que barbaridad!

¿Como se puede tener la cara tan dura?

Eso mismo, en un barín cualquiera, o en una sidrería, aunque reprochable, sería cuanto menos habitual, ya que los parroquianos que allí acuden a tomarse un vino, lo hacen mas como relación social que por el hecho de degustar un determinado producto, pero cuando uno se pavonea con el racimo de oro de summiller en la solapa, y abre un, supuestamente, local especializado, lo menos que debe hacer es respetar las mínimas normas de la ética profesional.

Para empezar, el servicio de vino por copas exije la existencia de un sistema de servicio como el que aparece en la foto, un invento que se puso de moda en París, Madrid, Barcelona y otras grandes ciudades epicureas hace un par de décadas.

El asunto consiste en un mecanismo de vacío que sirve el vino mediante un serpentín, y según la botella se vacía, otro conducto inyecta gas inerte en el interior, con lo que, según garantizan los fabricantes, una botella puede permanecer abierta varios día sin que se produzca el menor efecto de oxidación en el vino, ni perdida de aromas propios.

Pero claro, el aparatito cuesta un riñón, y como en el país de los ciegos el tuerto es rey, pues en vez de invertir muchos miles de duros en garantizar la calidad de los vinos servidos por copas, hay quien se compra un pin dorado, y asunto concluido.

Luego está el servicio, el asesoramiento, la conservación de las botellas en una bodega debidamente climatizada (y no en un altillo donde se condensan los vapores de la cocina y el calor del comedor), la comodidad del local (no se trata de vender mucho sino bien), y, obviamente, la educación y cortesía de los camareros (sale mas barato coger a chavales en practicas de la escuela de hostelería, pero cuando se habla de especialidad, eso no vale).

 

Si le interesa leer más sobre este tema, pínche en el icono Buscador (ángulo superior derecho de su pantalla) y escriba la palabra objeto de estudio. También le recomendamos consultar el enlace a Escuelas de hostelería.

 

Escrito por el (actualizado: 17/12/2012)