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Autorrepresión

Ilustración de Dani
 
Ilustración de Dani

Publicado en PlanetaVino Nº 60, Abril/Mayo 2015 .

 Hace muchos años, en la Habana, comprendí lo que significaba esta inmunda palabreja que tantas veces había utilizado durante la que por entonces parecía interminable dictadura de Franco.

Un amigo, compañero de carreras por la calle Princesa de Madrid, me dijo un día “El mayor éxito de una dictadura es cuando son los propios oprimidos quienes se autorreprimen sin necesidad de que las fuerzas publicas actúen. Cuando una dictadura consigue lavar el cerebro de los habitantes hasta el extremo de que piensen que tienen un espía detrás de cada oreja, habrá triunfado y no necesitará usar la fuerza, el rebaño irá y vendrá a donde se le indique sin necesidad de perros”.
Este verano me llamó una buena amiga para decirme que había retirado un comentario jocoso que había puesto yo en esa inmundicia llamada Facebook (tres meses de invalidez hacen estragos): “Perdóname Pepe, estoy totalmente de acuerdo contigo y me estuve tronchando de risa con lo que escribiste, pero no quiero que piensen que yo tuve algo que ver, así que lo borré porque estaba en mi hilo”.
Sigo queriéndola porque es un cielo de chica, pero ¡qué bochorno! ¡qué ignominia!.
España es libre desde hace cuarenta años, pero nuestros genes llevan la tara de la autorrepresión. Tantos siglos de mordaza impuestos por una Inquisición que hasta aterrorizaba a los monarcas, han dejado una marca imborrable en nuestro ADN (todavía no se ha comprobado la mutación en nuestro genoma, pero yo creo que está en el isocromosoma 12p). Ya no hay grises, la Guardia civil no asusta ni a los gitanos, los carabineros no roban los paquetes de café de contrabando y los alguaciles no ordenan desembozarse, pero el cromosoma 12 sigue mandando.
Cierto día, un amigo bodeguero, muy hombre y bastante echado “p’alante” (los castellanos son muy toreros), me narró cómo un conocido crítico le había bajado dos puntos a su vino por dejar de pagarle su cuota de publicidad:
- Llevo seis años con esta sangría y ya me daba asco y hasta vergüenza. Cuando les pedí que me diesen de baja, me amenazaron, pero no pensé que fueran capaces de hacerlo y mira qué palo.
- No te preocupes, le respondí, que a este sinvergüenza le vamos a poner capirote y sambenito. Solo necesitaba un testimonio directo para desenmascararle.
- Pero que no aparezca mi nombre ¡Eh! Ni una pista, que te capo.
Toda su hombría y tronío habían desaparecido por un desagüe. Ya le habían roto el escaparate de su tienda, le había abofeteado en público y hasta embreado y emplumado ¿de qué tenía miedo?. No era racional, era genético.
Durante siglos el pueblo español tragó sapos y culebras sin levantar la mirada. Hasta soportó la felonía de un rey que llegó al trono tras jurar la Constitución y luego se limpió sus partes con ella, reimplantando la Inquisición y contratando un ejército de mercenarios para que pasara a cuchillo a los que pedían justicia. Sólo una vez el pueblo exigió respeto hacia sus leyes y miren cómo quedó, diezmado, tullido y pidiendo limosna en el exilio.
En el 78 nos regalaron los oídos haciendo una constitución muy mona, aunque era la del Gatopardo: “Cambiemos todo para que nada cambie”. El lampedusianismo en estado puro. “Ya tenéis democracia y os la hemos conseguido en paz” y cuando alguien tímidamente preguntaba por el Estado de Derecho, los padres de la patria te miraban con desprecio y murmuraban “Malditos anarquistas, nuestro derecho está bien como está”. Sí, bien para ellos, para quienes ya ha pasado la crisis porque, después de robar miles de millones y despilfarrarlos a puñados, ahora se han resarcido gracias al aval que todos los españoles hemos tenido que aceptar sin tan siquiera saberlo.
Los datos de la inflación real están ahí, un 300% en 10 años y los salarios congelados. Yo no sé cómo voy a pagar la luz este mes porque me han duplicado el recibo del año pasado a pesar de controlar hasta la bombillita de la nevera, y encima mis proyectos de trabajo están parados porque las raíces de Rajoy parece que sólo tiran hacia abajo, pero en la calle no se ve ni una hoja.
Aquella vez en la Habana, en la puerta de la Gran Logia de Cuba, hablando con un hermano que logró huir al poco tiempo, me señaló a un pobre guardia desaliñado, con un revólver que sonaba como las maracas de Machín y más sordo que un gato de escayola y me susurró “Cuidado hermano, es un espía, está grabando todo lo que decimos, no te fíes porque podemos dormir en el calabozo”.      
Así es como funciona.

 

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