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Diseñando botellas

 

PlanetaVino Nº 34, Diciembre/ Enero 2010.

 

Recuerdo aquellos años del oprobio, en que las botellas tenían que ser como Dios manda, tipo Burdeos, Rioja (decir borgoña sonaba demasiado afrancesado y un poco volteriano) y alguna que otra Rhin, pero sin pasarse.

Aún así los camareros protestaban porque estas de cuello alto ya presentaban algún problema de almacenaje.
¡Madre mía! Si viesen lo que circula hoy día por Celtiberia, se morirían de espanto.
Hace unos días me llegó un albariño,Pazo Bayón, muy rico por cierto, con una botella tan mona y tan estilizada, que tuve que meterla atravesada en la estantería del armario botellero, o sea, ocupando el sitio de tres botellas, y para enfriarla tuve que desalojar toda una bandeja de la nevera, porque en la puerta no me cabía.
También tomamos una botella de Amancio, en la que, como es de suponer, no quedó una gota porque estaba de espatarrar, pero aún así todo el mundo picaba intentando servirse más porque cristal es de tal calibre, que aún estando vacía parece que sigue llena, de modo que para servir cuando tiene contenido, hay que hacer pesas para poder sujetarla.
También están las de hombros anchos y las de culo gordo, que no entran en las estanterías, y un sinfín de modernidades más que los diseñadores sacan al mercado con el fin de destacar en los lineales para captar la atención del público comprador, pero se olvidan de que todo diseño debe cumplir ciertas normas de uso, y ya he topado con algunos hosteleros que han optado por prescindir de ciertos vinos por lo desatinado de sus envases.
A mí me encanta el diseño, de hecho hasta tuve mis años de diseñador (obviamente bastante poco afortunados), y siempre pensé que la premisa más importante era la funcionalidad. Si un carrocero le pide a Pininfarina que le diseñe un camión de reparto de leche, por muy deportivo que intente hacer el diseño, lo principal es que la camioneta cargue la mayor cantidad posible de cajas y que maniobre en el menor espacio posible, si no, pues será una monada de museo, pero nada más, porque no podrá cumplir con el ejercicio a que está destinada.
En España se están diseñando unas etiquetas maravillosas, incluso otras que de puro feas, llaman la atención, y también aquí es conveniente ajustarse a ciertas normas, tales como indicar, aunque sea en la contraetiqueta, las variedades de uva de que se compone el vino, el tiempo y sistema de crianza, etc. (huelga decir que se pueden ahorrar aquello de: “Uvas seleccionadas con todo mimo y cariño de nuestros mejores viñedos...”).
Me imagino que los coleccionista de etiquetas deberán disponer de hangares para poder almacenar sus archivadores, porque con los miles de marcas que salen a diario, eso debe ser una locura, pero desde luego se están haciendo verdaderas obras de arte.
Pero volvamos a las botellas, porque las etiquetas, al fin y al cabo, mientras cumplan con la normativa y no sean excesivamente chirriantes, pues no causan demasiados estragos, pero las botellas desde luego que sí.
Yo critico estas extravagancias desde las necesidades de los consumidores y de los hosteleros, que somos quienes tenemos que bregar con esas peligrosas cajas que no hay malabarista que pueda apilar, pero es que aún hay más. Al parecer están ya piando los ecologistas con ese abuso del vidrio, porque una botella que pesa kilo y medio (las hay hasta de 1,8kg), supone un despilfarro, no solo en el vidrio, sino en el costo de transporte y sus correspondientes emisiones de dióxido de carbono, por lo que ya hay bodegueros que anuncian su compromiso con el protocolo de Kyoto, y nos envían comunicados anunciando sus nuevos envases de bajo peso (además de que así se ahorran el 50% en el precio del envase, claro).
Creo que, aprovechando todo este rollo de la austeridad y la solidaridad con la crisis, sería un buen momento para que los bodegueros reflexionen sobre este menester y empiecen a moderar estos excesos, que por otro lado, como hemos comentado, no son sino un estorbo para los usuarios.
Además está una segunda aplicación nunca desdeñable de las botellas que es la de arma arrojadiza o de defensa. Si a usted, pongamos por ejemplo, se le antoja darle un botellazo en el cráneo a un sumiller pedante, no se le ocurra hacerlo con una botella de Amancio, porque lo deja en el sitio. Sin embargo con una de estas nuevas botellitas de poco peso, pues se puede usted darse el gustazo de atizar a placer a cuantos se le pongan por delante, porque con cuatro puntos y mil euros de multa, ya estará todo solucionado (y no digamos ya si es nuestra mujer la que nos descerraja el botellazo, porque cogidos a traición, una botella de Amancio en un parietal, nos puede arruinar la vida para siempre).
Escrito por el (actualizado: 01/01/2016)