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Frikis gastronómicos

 

Publicado en la revista PlanetaVino nº29, sección: El Toque del Quera.

Acabo de enterarme de lo significa la palabra “Friki”, y claro, pues aquí está mi informe sobre los frikis gastronómicos.

Como vivo recluido en mi cenobio y apenas si salgo al siglo para escribir alguna jácara o madrigalejo, pues, mirando través de esa ventana con celosía de plasma llamada televisión, había llegado a pensar que eso de frikismo era algo así como una horterada, pero ahora me entero de que no van por ahí los tiros, si no que se trata de una obsesión, y, mira por donde, he descubierto que soy un friki, un friki gastronómico.

Me ha sucedido lo mismo que a esos horteras que, sin saber exactamente lo que implica ese sustantivo reconvertido a adjetivo, lo usan a troche y moche, demostrando así que son ellos los más horteras de la Tierra (el hortera era el chico de la tienda, el de los recados).

Pero volvamos a los frikis, porque acabo de sufrir un verdadero trauma al tener conocimiento de mi frikipatía, que, para más escarnio, se encuentra en un estado muy avanzado, puede que hasta con metástasis.

Durante mi juventud, incluso ya en la infancia, la gastronomía formaba parte intrínseca de mi vida. Me encantaba comer y beber, pero, por lo demás, era un joven de lo más normalito, es decir, que en otoño me volvía cazador empedernido, en invierno, esquión de altos vuelos, en primavera pescador furtivo y, en verano, windsurfero apasionado. Vamos, que sufría las metamorfosis propias de la edad, como Snoopy.

Pero mis guerras matrimoniales y mis fracturas óseas, fueron poco a poco limitando mis personajes y así, una cruel operación de tobillo me separó de mi último hobby, el golf, del que, por cierto, entiendo que también debí ser friki, porque hasta tenía un cenicero con forma de bola.

Hoy mi mundo es solo gastronomía.

Si salgo al monte, me pongo a buscar setas y especias silvestres, si paseo por una ciudad, husmeo por escaparates, mercados y tahonas, si hablo con unos amigos, la conversación versa entorno a los maridajes o a aquel plato que probé el día anterior, si estoy alegre, lo celebro con una comilona, si triste, me pongo a cocinar lentejas, y si hago un viaje a África, me compro una cuscusera.

No he caído en la tentación de salir a la calle vestido de cocinero, quizás porque ya tuve que lucir esa indumentaria por obligación durante años, pero no les extrañe verme, el día menos pensado, tocado con una cacerola a guisa de morrión.

Como será mi adicción que, en mis ratos de ocio, leo a Cunqueiro, Muro, Harold McGee y Maguelonne Tousaint Samat.

Lo que sí puedo asegurarles, en mi descargo, es que nunca me verán ustedes en ninguna de esas ferias gourmet que tanto han proliferado en nuestro país y con las que sus organizadores, corsarios que despluman sin piedad a bodegueros y comerciantes, están consiguiendo engatusar a ayuntamientos y comunidades, incluso en estos tiempos de crisis para chuparles hasta sus postreros alientos pecuniarios.

Podría decirse que soy un friki pacífico, un friki de base.

Mi alma es friki, pero no así mi apariencia, por lo que no estoy seguro de que mi patología sea realmente un ataque de frikismo, porque estos, por lo poco que sé, se disfrazan de Obi-Wan Kenobi y blanden un tubo fluorescente a modo de Tizona, pero en realidad, en su vida real, son simples mortales, repartidores de Danone o funcionarios de la Agencia Tributaria.

Yo no. Yo vivo la gastronomía en mis entrañas, pero no exijo que me sirvan en platos de Villeroy & Bosch, aunque sí los use en mi casa.

No voy por ahí presumiendo de que ya estoy harto de foie, salmón ahumado y jamón de montanera. No como hígado graso de oca, porque bastante graso tengo ya el mío, y en cuanto al jamón, como no me gusta ir de gorra, pues mi presupuesto me lo raciona, aunque reconozco que lo adoro, hasta sueño con él, como Carpanta.

Tampoco presumo de acudir con frecuencia a los restaurantes con estrellas, porque los odio, aunque reconozco que antaño me encandilaban. Hogaño, solo me gustan los que dan de comer como Dios manda, sin Desfile de vajillas, ni camareros disfrazados de enterrador de Luky Luke.

Es más, pensándolo mejor, estoy llegando a la conclusión de que no soy un friki, sino una apasionado. Frikis son aquellos gastrónomos de chigre, a medio desasnar, con los que tengo que codearme cada vez que salgo de mi encierro; esos que opinan a voces, para presumir que han comido en el último comedor estrellado, porque estos, cuando vuelven a su vida privada, comen chopped frito y pizzas congeladas, como aquellos repartidores de Danone o funcionarios de la Agencia Tributaria que se disfrazaban de Obi-Wan Kenobi.        

Escrito por el (actualizado: 13/11/2013)