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Lágrimas de Navarra

 

Publicado en PlanetaVino Nº 59, Febrero/ Marzo 2015 .
 

Pido perdón por este lamentable juego de palabras, pero tenía previsto otro aún peor, “Navarra se sangra”, que viene a ser lo mismo aunque más cruel, más gore, pero en el fondo es igual porque ambos se basan en la forma de elaboración de sus deliciosos vinos rosados, llamados de lágrima o por sangrado, técnica obligada por el Consejo Regulador.

Minucias aparte como el carlismo, el opus dei, el abertzalismo o los sanfermines, lo cierto es que el pueblo navarro cae bien, tiene imagen de gente bonachona en el resto de España, como los asturianos, una baza que jugaron hace años cuando se lanzaron a la conquista de nuevos mercados para sus vinos.

Yo creo que la aceptación fue casi unánime, todos vimos con buenos ojos aquella movida de la que surgían vinos nuevos magníficos, sorprendentes, con una marcada personalidad que rompía esquemas, como esos blancos de uva Chardonnay fermentada en barrica que nos permitían a los fancófilos hispanos poder gozar de un Chablis a precio nacional.
Y lo mismo digo de los Cabernet Sauvignon y Merlot, porque ya sabemos que los tempranillos siguen las reglas de La Rioja y los rosados de Garnacha son golosinas, pero esas uvas foráneas trajeron nuevos aires que llenaron de optimismo a aficionados y profesionales que buscábamos ya nuevas emociones.
Todo iba sobre ruedas, entonces ¿por qué descarriló?
Al principio le echamos la culpa a aquella fatídica cosecha del 99 en la que se llegó a pagar en Rioja más de 400 pts./kilo de uva. Eran los años de desmadre. Algún crítico animaba a los bodegueros a subir los precios argumentando que cuanto más caro fuese el vino, mejor se vendía. Como dice el Tirano Proensa “Eran los años del lo tengo todo vendido”.
Pero los espejismos se evaporan, desaparecen, y en su lugar vuelve la arena seca del desierto. Arena seca o tierra ensangrentada, como la de los campos de Mendaza cuando Zumalacarreguí tuvo que retirarse ante la astucia del general Oráa.
Aquí no ha habido un general Fernández de Córdoba para llevar a cabo la debacle, se la han liado ellos solitos.
Cuando al año siguiente y con buena cosecha en Rioja se bajaron los precios drásticamente, los navarros siguieron en la red mirando a las gradas, mientras les iban metiendo uno tras otro los múltiples Passing Shot.
Muchos pensamos que aquella falta de respuesta a las demandas del mercado podría llevar a los nuevos vinos navarros al caos, pero llegó gente nueva, enólogas jóvenes con ideas vanguardistas que nos transmitieron más optimismo que nunca con unos vinos despampanantes, con medios escasos y limitaciones económicas que solventaban a base de imaginación y mucho trabajo y, justo sea decirlo, con el apoyo incondicional de muchos críticos y medios especializados que manteníamos la ilusión en aquella región.
Entonces ¿qué está pasando para que haya cundido el pánico, para que se hayan atrincherado en sus bastiones, para que ignoren a quienes les hemos apoyado durante los últimos lustros?
El cataclismo familiar que desbarató el clan de los Chivite llevó a pique la principal bodega de lo que ahora se llama Reyno de Navarra y según algunos bodegueros, las consecuencias de tal debacle está arrastrando tras sí a toda la industria de la comunidad foral, pero ¿es la solución de sector meter la cabeza bajo tierra como los avestruces?
A mí me parece un suicidio, suicidio colectivo que marcará un desastre que se recordará como el final de un sueño que pudo ser realidad, pero que el egoísmo y la mezquindad truncaron para miseria de todo un pueblo que contaba con días de gloria.

Para recoger hay que sembrar, para defender tu negocio debes llevar la cabeza bien alta y siempre debes mostrar tu agradecimiento a quién te ayudó a levantar tu edificio.
Navarra vende sus vinos a precio de saldo en los lineales alemanes o ingleses, luchando al céntimo contra vinos de producciones intensivas del Midi, Sudáfrica o Argentina.
Mis lágrimas son por la crónica de una muerte anunciada.

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