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Espárragos para el pecado

Espárragos al vapor
 
Espárragos al vapor

Diario El Comercio año 2000
 

 

Resulta un contrasentido que algunas hortalizas tan inofensivas como las alcachofas o las patatas, fueran anatemas durante siglos, mientras que otras como los espárragos, símbolo fálico por excelencia, se pasearan impunemente por mesas cortesanas, eclesiásticas y hasta inquisidoras, como lo prueban las loas que de ellos hicieron antaño Luis Lobera de Ávila, médico de Carlos V, y Sorapán de Rieros, matasanos de del Santo Oficio.

¿Como pudo ser posible semejante despiste?
O quizás no lo fuese, ya que en una sociedad machista como aquella, con prohibir su consumo a las damas, pues asunto concluido.

Sin embargo es paradójico que en estos tiempos en que el feminismo es el sistema en vigor de toda la sociedad española, como antes lo fuera el franquismo y luego el socialismo, no se hayan levantado voces contra semejante provocación, incluso promulgado algún decreto mediante el cual se prohibiese su consumo en lugares públicos, como ocurre con el tabaco y la marihuana, en prevención de la salud de los posibles e inocentes consumidores pasivos que por allí transitasen.

¿Y qué me dicen de las tiendas? con botes de cristal expuestos en las vitrinas urbanas, mostrando toda la obscenidad del provocador tallo, a veces incluso con calibres antinatura (prefiero no pronunciarme sobre cierto anuncio televisivo en que una honesta ama de casa es asediada por un fornido agricultor para que ingiera pornográficamente uno de estos satánicos objetos de deseo).

¡Esto hay que pararlo!
Hay que prohibir el consumo indiscrimado de espárragos.
Debe ser de obligado cumplimiento que pasen a la clandestinidad.
El que quiera hacer porquerías que las haga en su casa, pero no en honestos restaurantes, bares, cafeterías y sidrerías.

¿Se imaginan un mundo en el que no hubiera que escuchar al vecino de mesa dar estrepitosos sorbetones con el plato de entrada?
¿Se imaginan merluzas a la cazuela sin sufrir la violación de la insufrible conserva?

Un servidor de ustedes, que ha tenido que rodar por tantas y tantas mesas, ha sido testigo de las mas terribles aberraciones por el uso y abuso de la citada hortaliza.

Cada vez que un cocinero no sabe como enriquecer un plato para aparentar lo que no es, coloca encima de lo que sea un espárrago, hasta encima de un entrecot, los he visto.

A este paso no me extrañaría que el día menos pensado, yendo de visita a casa de algún ranchero, me presente a su señora o a su hijito con uno plantado en la cabeza.

Bien es cierto que los pimientos de piquillo son aún mas atroces (hay hasta quién los usa para reproducir el aspecto de un tulipán como adorno), pero eso será motivo de otro artículo.

En Burela, Lugo, recuerdo de un siniestro lugar en que el dueño me confesó que añadía el agüilla de la lata (o sea, conservantes, edulcorantes, vaya, muchos números E) para dar mas sabor a sus zarzuelas de pescado y marisco. Pobres animalitos.

Los espárragos, al igual que el perejil, en apariencia son un producto de aspecto suave, casi intranscendente por lo familiar, sin embargo su sabor es potente y muy dificil de combinar, por lo que su uso indiscriminado, tal y como hace Arguiñano con la especia citada, es una salvajada, casi tanto como lo de los pimientos, y como encima si son buenos resultan caros, pues ademas son una forma absurda y ridicula de encarecer un plato a la vez que lo revienta.

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Escrito por el (actualizado: 01/05/2015)