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Espinaca se escribe sin hache

Manojo de espinacas frescas
 
Manojo de espinacas frescas

Diario El Comercio año 1997.
 

 

Decía Enrique Jardiel Poncela que todo aquello que tuviese una cierta importancia se escribía con hache, y todo concepto que se escribiese sin esta letra, era superfluo (de ahí el titulo de su genial novela «Amor se escribe sin hache»), quizás por eso, a mediados del siglo XVI, Fuchs la llamaba hispanach, aunque hay muchos otros eruditos que aseguran que no es genuinamente española, y que su nombre deriva del árabe isfinag.

Mi querido y entrañable amigo Julián Díaz Robledo, a cuyo Atlas de las Frutas y Hortalizas me he referido en tantas ocasiones, sostiene que debió ser hacia la primera centuria de nuestra era cuando llegó a España, y de aquí siguió camino hacia el resto de Europa, hasta llegar ser objeto de monumentos, como el que el estado de Arkansas erigió a Popeye por la gran labor social que desarrolló durante la gran crisis de los veinte.
Julián nos apunta que un tal Candolle mantenía que la espinaca se inventó en el siglo XV, de ahí que algunos escritores actuales sigan una pista falsa, porque como todos ustedes saben, en ese siglo los españoles estaban ocupadísimos en expoliar los últimos cofres moriscos y judíos para financiar el crucerito por el Caribe de Colón.
De lo que no cabe duda es de que esta verdura entró a Occidente a través de España, como lo demuestran los distintos vocablos que la nombran: épinard, spinacio, spinach, spinat, etcétera.

Al parecer la teoría más difundida y aceptada es que empezó a consumirse en el hedonista imperio persa, fuente de procedencia casi inequívoca de todo aquel manjar que no hubiese adornado previamente las grandes mesas romanas, sin embargo hay un dato que no se ha barajado nunca y que a mí me chocó mucho: el Moraur de espinacas. Se trata de un plato tradicional hebreo que se come durante la fiesta del Pesah, o Pascua Judía, como acompañamiento del cordero, en recuerdo de la travesía del desierto por pueblo de Israel huyendo de la esclavitud en Egipto.

Esta tradición viene recogida en el Pentateuco: "Comerán la carne esa misma noche, la comerán asada al fuego, con panes ácimos y lechugas silvestres." (Éxodo 12, 8). ¿Que eran esas lechugas amargas o silvestres? Unos autores dicen que achicorias, otros que escarolas, y en muchos casos se habla de nuestra ya dichosa espinaca, porque aunque hoy día no sea habitual comerla cruda, en ensalada, es así, no solo como más sabrosa resulta, sino de la única forma que conserva toda su enorme carga de vitaminas A, B, C, E y K. Y estamos hablando de unos libros escritos varios siglos antes de que naciera Jesucristo.

¿Y en Japón? Pues resulta que en los más antiguos recetarios nipones ya se cita la espinaca como una de las verduras más recomendables, recuerden que la comida de ese país cuida desde hace miles de años los valores vitamínicos de los productos, y así preparan unos fardelillos de esta verdura cruda, que apenas cocida en un caldo, se usa como acompañamiento de pescados y carnes, como es el caso de su famoso Sukiyaki.

¿Y en Asturias qué? Pues en Asturias na, na de na. Algún autor se atreve a apuntar que en algunos casos se usa como sustituto de las coles, cuando son sabores casi antagónicos, y salvo en el Desarme donde participa solapadamente, apenas si se encuentra en los recetarios actuales.

¿Donde fueron a parar aquellas espinacas a la crema de nuestras abuelas? O aquellas salteadas con pasas y avellanas, o con berberechos, que están divinas. Estos son buenos días para recuperar su recetario.

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Escrito por el (actualizado: 03/04/2015)