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Tomates de oro en recuerdo de Bernard Loiseau.

Bernard Loiseau en su restaurante de Saulieu
 
Bernard Loiseau en su restaurante de Saulieu
Publicado en revista Viandar, año 2003
 
  • - ¿Tienen tomates de pata negra?
    - Sí señor, a 12,50€
    - Caray ¿Pero eso será por rodajas?
    - No señor, enteros, con rabito y todo.
    - ¡Qué barbaridad! Bueno, pues pongame cuarto y mitad.

Dicho así, 12,50, no parece mucho, pero es que 12,50 son 2.000 pelas, o sea, el precio del kilo de entrecot, el doble del salmón y, sobre todo, 100 veces lo que se paga a un agricultor de Murcia por el kilo de tomates en la huerta. Acojonante.

Todos sabemos que, a pesar de las sandeces que juren el señor Rato & Company, la moneda de veinte duros ha pasado a ser la de 1€, lo que significa una inflación real del 65% y así el nivel de endeudamiento doméstico que vive España en estos momentos, a pesar de las mantas que se echen por encima, es tan salvaje que muchas familias, casi todas las que viven de un sueldo fijo, están pasando serios apuros para llegar a fin de mes sin recurrir a esa traicionera tarjeta de crédito que ya no hay quién recupere después de las compras de Navidad.

Pero lo de los tomates no va por ahí.

Hace cosa de un par de años, en esta misma sección, pedíamos al cielo que volviesen las frutas y hortalizas con sabor, al precio que fuese y el Altísimo nos ha escuchado, pero en todos los sentidos, ya que si bien esos tomates llamados RAF (coinciden con las siglas de la aviación inglesa, debe ser por la coincidencia de andar por las nubes), están deliciosos, no menos cierto es que su precio también da vértigo.
Aun así, no me quejo, es mas, les doy las gracias a esos agricultores por haberme permitido volver a recordar el sabor de aquellas ensaladas que me hacía mi tata Trini, quién, como su propio nombre indica, era sevillana, de Triana.
También le doy gracias al Cielo por haber permitido que esa iniciativa haya sido un triunfo, porque gracias a ella, ahora vendrán otros muchos ofreciendo zanahorias, puerros, cebollas, judías verdes, guisantes y todo tipo de hortalizas cultivas sobre el suelo y a la luz del sol, o sea, cocinadas por Dios, como decía nuestro querido y nunca bien poderado Bernard Loiseau, trágicamente fallecido hace unos meses.

Bernard, que era uno de mis mas admirados cocineros, decía una frase que yo he copiado hasta la saciedad (en estas páginas he hecho a menudo mención a ella): “No hay mejor cocinero que Dios, porque Él, con la tierra, el agua y el sol, prepara los mas exquisitos productos. Nosotros, solo debemos respetar sus aromas y sabores”.
Acostumbrado a la cocina borgoñona, tan recargada de pastosas y grasientas salsas que apenas se podía distinguir si lo que había en plato era carne o pescado, Bernard se pasó al polo opuesto, recetas ligeras donde la materia prima era rigurosamente respetada y, sobre todo, donde las verduras y hortalizas cobraban protagonismo, como bien nos explicaba en su libro “L'Envolée des Saveurs”, mejorando incluso las enseñanzas que su maestro, Perre Troisgros, le había inculcado y manteniendo durante los doce últimos años, ininterrumpidamente, tres estrellas Michelin.

Él mismo cuidaba de su huerto de Saulieu y renegaba de los cultivos hidropónicos, de esas cosas parecidas a tomates, cebollas o zanahorias, que, gracias a la globalización, saben igual de mal en Arriondas que en Móstoles, París o Palermo.
La globalición ha permitido que las clases mas desfavorecidas puedan comer a diario pollo, salmón, jamón, huevos o rodaballo, pero a cambio nos ha quitado las hortalizas, substituyéndolas por unos engendros con aspecto de lechuga, espinaca o escarola, fabricados en fantasmagórigos ingenios artificiales y pintados al final de la cadena, con anhídrido carbónico para que adquieran el color verde de esa clorofila que no pudieron desarrrollar porque su destino fue solo ver el sol durante los diez minutos que la cesta de la compra les pasée desde la tienda hasta la cocina donde serían inmoladas.
Yo las dejo ver el mar un ratito y les aseguro que me lo agradecen.

- Mira, mira, le decía hace un momento a unas alcachofas, eso es el campo, de ahí deberíais haber nacido vosotras, de la Madre Tierra y de no un sordido suelo artificial de invernadero. Y ese es el Padre Sol, con quién deberíais haber cecido y no con esos focos ultravioletas como si fuéseis horteras urbanos antes de salir de semana santa. Y eso tan grande, son árboles, que son plantas como vosotras, pero a lo bestia, o sea vuestros hermanos mayores, cuya sombra os debió proteger en vez de los tejados de fibrocemento.
Las pobres lloraron desconsoladamente sus lágrimas de savia hidropónica y es que, ya saben ustedes, las alcachofas son muy sensibles, como bien advirtió Catalina de Medici.

Sí querido Bernard, así están las cosas en nuestro país, un estado en el que si algo sobró durante siglos, eso fue tierra y sol, y ahora, resulta que le compramos los tomates a los holandeses, que si algo no tuvieron nunca, fue ni tierra ni sol.
Tú te fuiste al otro barrrio porque se te olvidó mirar al sol y tocar la tierra, no porque Gault et Millau te matase, como afirmó tan brutalmente el cachondo de Paul Bocuse, quién por otro lado hizo bien, porque si a su edad no pudiese decir esas gilipolleces, pues de poco hubiese servido pasar toda su vida al servicio de las cazuelas.

Te marchitaste como esas plantas de tomillo que, cogidas en pleno monte y trasplantadas a una maceta, sin mas horizontes que la pared del patio, prefirieron morir de pena antes que sobrevivir entre tanta miseria humana.
Te fuiste a Paris, abriste un montón de negocios, llegaste a cotizar en bolsa, montaste la de San Quintín, pero te olvidaste de mirar al sol y tocar la tierra, por eso, sin saber porqué, te pegaste un tiro y ahora, desde los huertos del Señor, estás purgando tu crimen al leer las declaraciones que Dominique, tu viuda, hace a la prensa acusándote de ser un debil de espíritu.

No sé si estarás en el Cielo o en el Infierno, porque eso de suicidarse está muy mal y además es de pésima educación, pero al menos tu horizonte ya no será el de un despacho lleno de facturas, de requerimientos, de citaciones, de actas ... Ya lo habías declarado días antes, el 6 de Enero, en Le Figaró: “Lo de preparar ancas de rana, lo domino, pero con la Bolsa no me apaño”.
Yo me olí la tostada y, antes de coger la escopeta, puse piés en polvorosa.

Ya sé que les dí un disgusto terrible a mi exmujer, que ya tenía comprometidos mis soldaditos de plomo con un anticuario de Luarca y al médico que me había pronosticado de seis a diez meses de vida, pero gracias a esa huida a tiempo, hoy, diez años después, puedo disfrutar de un maravilloso sol que baña la playa de Salinas, de unos patos azulones que se están bañando en el río que pasa bajo mi ventana, de una crema de calabaza que acabo de hacer con el agua de cocer espárragos y de una ensaladita de tomates RAF con aceite de Baena, como la que me hacía mi tata.

Lo siento Bernard, no quiero especular con tu muerte como están haciendo tantos otros, solo me gustaría poder compartir contigo este día, pero a pesar de ser mi divo, nunca llegué a conocerte. Si lo hubiese hecho, quizás te hubiese convencido para que siguieras mi camino, ese que algunos crétinos calificaron de cobarde cuando abandoné Madrid y la hostelería, pero gracias al cual ahora no tengo que contemplar desde el Cielo, o el Infierno, como mis hijos dan la razón a mi viuda, al afirmar que fui un debil de espíritu.

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Escrito por el (actualizado: 08/08/2015)