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Tomates de Somió

Tomates de Candamo
 
Tomates de Candamo
Diario El Comercio año 1997.
 

Dicen las malas lenguas, entre ellas la de la augusta Marquesa de Parabere, que como ustedes saben es el equivalente español a Brillat Savarin, pero con faldas y algo menos pedante y latazo, que la primera referencia escrita que en España se hace a la comestibilidad del tomate, es la que publicaron los capuchinos en su “Libro de cocinación”, allá por el siglo XVIIIº.

Y como en este santo país, toda la gente va donde va Vicente, pues hete aquí que los más notables historiadores gastronómicos hacen mil chistes sobre como esta exquisita solanácea solo se utilizaba como planta ornamental para decorar los alfeízares sevillanos.

Ya saben ustedes que un servidor no proclive a los escritos eruditos, lo primero porque yo no lo soy, y lo segundo porque me parecen un peñazo, sin embargo hace algunos años, concretamente en el 92, publiqué una sección en la revista Club de Gourmets llamada Gastronomía Vº Centenario, en la que estudié el flujo de productos que se cruzaron entre ambos continentes y su implantación en ellos, y curiosamente encontré unos versos muy comprometedores del "Amor médico" de Tirso de Molina (Acto I, escena VI, verso 805. Para verlos, pinche aquí), en que allá por los primeros años del siglo X-VII, decía:

¡Oh anascote, oh caifascote,
oh basquiña de picote,
oh ensaladas de tomates
de coloradas mejillas,
dulces a un tiempo y picantes,

Y, si las enciclopedias no engañan, estamos hablando de principios del siglo XVII, ya que el Amor Médico se estrenó en 16XX.Rebuscando un poco más allé otras estrofas coetáneas, estas de sor Marcela de San Felix, hija de Lope de Vega por más señas, quien en su coloquio “La muerte del apetito” (Versos 1370/1375), decía así:

“Alguna cosa fiambre
quisiera y una ensalada
de tomates y pepinos
cuantas especies de vinos”

¿No será entonces más verosimil pensar que esta planta se consumió tan masiva y popularmente desde su llegada de manos de Hernan Cortés, que ningún redactor la mencionó por pertenecer al vulgo?

Recuerden que la palabra escrita estaba solo destinada a los cortesanos, aristócratas, clérigos y alta burguesía, todos ellos muy finos, aunque se lavasen poco, y aquello con lo que se desayunaba al pueblo, no debía pasar por sus rancias mesas.
Soltado ya el pregón, vamos con los tomates, porque si algún fruto se mereciera estar en el jardín de las Espérides, sin duda ese debería ser el tomate.

A media mañana, cundo el sol empieza ya a recalentar la cubierta del barco, sacar de la nevera un tomatín de esos de Somió, partirlo al medio, aliñarlo solo con unas escamas de sal, porque cualquier otro condimento distraería sus perfumes, y comerlo a mordiscos chorreando el juguillo hasta los codos, es el mejor refresco y alimento que la Madre Tierra haya concedido al hombre.

Claro que hablar de los tomates de Somió es hoy casi como hablar de las ostras de Arcade o de las “Once mil virgenes”, de Jardiel Poncela, o sea, un sueño, una ilusión, una quimera.
Hoy día los españoles si queremos comer buen pan tenemos que ir a Tunez, y buscamos tomates, pues buscarlos en México.

Nunca ví tantos tomates juntos en mi vida como en el mercado de Valladolid, en la peninsula del Yucatán.
¡Que barbaridad!
Los había de mil colores y formas, los unos dulces, los otros agrios y picantes, los unos rojos como sangre arterial, los otros blancos como el marfil o amarillos como limones.

¿Porqué entonces en España tenemos que comer esa mierda que nos traen de Holanda y que solo repite y produce ardor de estómago?
Misterios del progreso.

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Escrito por el (actualizado: 09/08/2015)