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Que vuelvan las blancas ocas

Pechuga de oca a la brasa
 
Pechuga de oca a la brasa
Publicado solo en gallego en el libro A Cociña do Inverno,
 

En mi solitaria cruzada por recuperar los grandes platos de la España norteña antigua y señorial, tengo que dedicarle un apartado a este ave cuya dimensión excede de los ambitos meramente gastronómicos, y pertenece a la misma tradición legendaria, injustamente sacrificada por una Iglesia, que si bien empezó siendo ecléctica y piadosa, cuando se encaramó en las cumbres de la riqueza y empezó a adorar el becerro de oro, persiguió cualquier vestigio de cultura que no se sometiese a sus caprichosos y veleidosos deseos.

La cultura de las ocas es mas antigua que el cristianismo, y según el criterio de reconocidos historiadores, su vinculación con el Camino de Santiago es tal, que para muchos fueron ellos los que ayudados por los reyes cristianos, principalmente por Carlomagno, montaron toda la leyenda de la aparición de los restos del Apostol con el fin de establecer una linea divisoria que contuviese el mundo musulmán al sur de ella.

A cambio de tal idea, estos adoradores de las blancas ocas, recibirían el monopolio de la construcción de cientos de edificios eclesiasticos ya que su principal ocupación era la cantería, o sea masonería operativa.

Estos pueblos adoradores de las ocas convivieron pacificamente con un cristianismo tolerante en el que los propios guardianes, los caballeros templarios y los monjes benedictinos, sincretizaban las ordenanzas católicas con las ciencias cabalísticas hebreas, la astrología y las matemáticas musulmanas y cualquiera otra cultura que fuese digna de estudio.

Después la Iglesia cambió las enseñanzas de amor que predicó Jesús por el mazo y la hoguera, y los seguidores de la Gran Oca tuvieron que esconderse y camuflarse, llegando a crear un código secreto sobre el Camino de Santiago que ha llegado a nuestros días como el famoso juego de la Oca.

Pero la historia es demasiado complicada para tratarla más a fondo en un libro de gastronomía, simplemente he presentado este apunte para explicar el porqué hay tantos vestigios de ocas en todo el norte, a lo largo del Camino de Santiago, y porqué en un momento dado, desaparecieron.

Quedan, eso sí, nombres tan restos toponímicos tan significativos como el de los Montes de Oca, el de San Esteban de Oca o el del mismo Pazo de Oca, testimonios de los muchos lugares de asentamiento de esta cultura, y, que como es lógico, dejaron la costumbre de criar estas blancas y sabrosas ánades.

Hoy día apenas si se ven ocas en España y es una lástima porque el clima cantábrico es ideal para su cría.

Tampoco hay recetas, al menos en los libros que yo he podido consultar, aunque esto no es muy significativo ya que son todos de este siglo y por tanto están bajo la influencia de las nuevas costumbres.

Me extraña, eso sí, que D. Alvaro Cunqueiro no tratase el tema con lo aficionado que era a elucubrar sobre nuestro pasado gastronómico, claro está que el vivió en otros tiempos, y si siguiésemos aún con el gobierno del "Invicto Caudillo por la Gracia de Dios" y con la dirección espiritual de la Santa Madre Iglesia, tampoco yo estaría contando estas historias.

Sin embargo y para terminar mi reivindicación del retorno de las ocas a las comunidades cantábricas, he decir que donde si aparecen datos concluyentes y por cierto bastante importantes, es en los libros de intendencia de los monasterios y en las relaciones del pago de diezmos, lo que indica que por muy paganas que fuesen, a sus hermosos huevos no le hacían ascos las monjitas reposteras, ni a sus contundentes muslos, las fauces del padre prior.

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Escrito por el (actualizado: 10/08/2015)