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Caracoles, helicifagia y helicifobia

 
Diario El Comercio año 1997.

Dice el libro “Gastromanía” (no lo busquen porque se agotó hace ya muchos años y no se ha vuelto a editar) que los mejores caracoles del mundo son los de Porrúa: “... sé de muy buena tinta que los más sabrosos que se crían en el planeta, porque son caracoles en libertad, se pueden conseguir entre Ribadesella y Llanes”.

Claro que quién lo suscribe es socio del Club Maritimo de Celorio, “que son gentes tan marineras que en lugar de ser de derechas o de izquierdas, como el resto de los españoles, son de babor y estribor”.

Pero lo cierto es que Asturias ofrece al comedor de gasterópodos, un auténtico paraiso donde poder practicar el noble y apasionante deporte de la caza del caracol.

Y lo digo con conocimiento de causa, porque tuve la malsana experiencia de pasar dos años de mi vida estudiantil como interno de la cátedra de biología de la Facultad de Veterinaria de la Complutense, cuidando cada mañana estos intrépidos animalitos para una estúpida tesis doctoral.

Como dice el citado libro, el caracol “es un animal libre”, incluso yo diría que salvaje, aunque no por ello precísamente fiero.Figura de caracol en piedra
Cualquiera puede iniciarse en la cinégetica del caracol sin la menor licencia de armas, aunque eso sí, un buen equipo de caza es imprescindible porque las caidas, resbalones, arañazos (me refiero a las zarzas, ellos apenas se defienden), mojaduras y demás accidentes propios de ese deporte, pueden ser causa de serios disgustos.

Luego basta con tenerlos bien encerrados porque, como buenos animales salvajes que son, buscan su libertad, y con el mayor sigilo pueden huir de su encierro y encontrarnos al día siguiente con la casa llena de caracoles hasta en los lugares mas insospechados.

A mi se me escaparon una vez de una cesta que dejé en la terraza, y a pesar de vivir en un piso 12º, a la mañana siguiente la calle Marqués de San Esteban apareció tomada por los babosos moluscos.

¡Fue espantoso!

Sin embargo ello no justifica la fobia de los asturianos hacia estos sabrosos bichitos, tan cotizados por franceses, catalanes y romanos, como la mismísima ambrosía de los dioses.

Si como muestra sirve un botón, valga decir que hace ya dos mil años un romano llamado Fulvius Harpinius tuvo un criadero de caracoles junto a Pompeya que por los millones de conchas que encontraron recientemente los arqueologos, debió ser uno de los negocios mas florecientes del imperio.

Los tres Apicios fueron autenticos forofos de este marisco de tierra adentro y hasta Plinio llegó a pronunciarse sobre su mejor procedencia, afirmando que los mejores ejemplares eran los de la Sardaña, Sicilia y Chio.

Todo Gran Maestro galo ha de tener su propia receta para poder considerarse como tal, como la exquisita crema de ortigas con “petits-gris” de Bernard Loiseau.

Sin embargo en nuestra querida Asturias, apenas e encuentran en cuatro sitios, y otra cosa no habrá, pero caracoles y ortigas ¡no veas!.

Hasta incluso hay quien te mira mal por comerlos.

Los lunes yo suelo ir a una conocida sidrería gijonesa y a pesar de hacerlo con bastante frecuencia, cada vez que pedimos solo sidra y caracoles, el camarero nos mira con desafiante desprecio*.

En estos días es cuando están mejor porque se encuentran cerrados en sus conchas y no necesitan purga y aunque por aquí no hay viñas (son los mas cotizados), lo que sí tenemos es un montón de cementerios y, comentarios escatológicos aparte, hay varios refranes que aseguran que estos son también tienen muchos partidarios, así que este fin de semana, a cazar entre las tumbas.

* Meses después de publicar este artículo, la sidrtería El Cartero hizo una profunda reforma y, al reabrir, no volvió a servir nunca más caracoles.

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Escrito por el (actualizado: 22/02/2015)