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Roballizas

Robaliza con cebollas rojas
 
Robaliza con cebollas rojas

Diario El Comercio año 1998.
 

No sé como andará ahora la pesca de las roballizas, porque desde Arriondas no se controla bien la actividad de la ría, pero cuando vivía en Castropol, en estos primeros días del otoño, sin duda los más bellos de todo el año, los aficionados a la cacea nos poníamos las botas sacando lubinas, y no digamos ya comiéndolas.

Hubo años en que incluso había quien pedía la baja en el trabajo porque sacaba mas jornal pescando en su bote, que trabajando en el astillero de Figueras.

Por lo visto el equinoccio las revuelve, o mejor dicho, el cambio de posición de la tierra remueve los fondos marinos y hace que salgan mas pececillos menores, con lo que estas voraces depredadoras, van como locas a zamparse todo lo que reluzca.

Aunque según Aristóteles, que era un señor muy listo, y como es lógico, apasionado de estos peces, su próximidad a las rías se debe a que desova durante el invierno en agua dulce. Será verdad.

Pero lo que más nos importa es la magnificencia de sus carnes, la fragancia que sus entrañas desprenden cuando se abren los lomos ligeramente tostados por una prudente y hábil parrilla de leña.

Dicen que no hay nada escrito sobre gustos, pero respetando cualquier opinión, cada vez que he hecho la prueba de dar a probar un bocado de lubina a algún acompañante que pidiera otro pescado, la respuesta siempre fue la misma: «¡Que pasada! Tenía que haber pedido lo mismo que tú».

Me refiero concretamente en La Parrilla de Ribadesella, que es donde pillo últimamente las mejores fugaragañas del Principado, aunque no usen parrilla sino plancha, pero bueno, las bordan.

Es importante hacer este pescado de una sola pieza, quiero decir sin cortar en rodajas, costumbre muy extendida entre los rancheros descubridores de ese invento llamado «Parrillada», y que sirve para sacar de la nevera todo tipo de cadaver en fase de decrepitud.

No me gusta echar mano de opiniones ajenas para ratificar las mías, ni citar a los clásicos porque el artículo coge cierto tufillo a pedantería, pero es que me vienen tan al pelo los versos del poeta Filóxenes, que no lo puedo resistir la tentación de traerlos aquí: «Ni la lubina ni el rodaballo, deben cortarse en rodajas, la maldición de los dioses puede caer sobre el que tal hiciera, estos pescados deben ir enteros al horno». ¡Maldito quien lo parta!

Y ya que voy de insoportable, ahí va otra de griegos. Esta es de Arquestrato, el sabio poeta de Gela, también conocido como el Hesiodo de los gourmets, y quién, además de llamar a las lubinas «Hijas de los Dioses», recomendaba lo siguiente: «Cuando estés cocinando un robalo no permitas que se te acerque a tí ningún siracusano ni ningún calabrés, ya que suelen echarlo a perder gratinándolo con queso, rociándolo con vinagre, y añadiéndole especias

Y eso que no conoció las roballizas asturianas, que si llega a venir por aquí, las prueba a la plancha, y luego ve como las masacran haciéndolas a la sidra, con esos absurdos espárragos y pimientos de lata puestos encima sin otro objeto que el despropósito, seguro que la cosa hubiera terminado en drama.
¡Ven por aquí, Arquestrato!

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Escrito por el (actualizado: 09/08/2015)