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Ballena/ Burro

 

Reproducción parcial del libro HISTORIA, RITOS Y TRADICIONES DE LA MASONERÍA.

 Ballena.   No voy a extenderme sobre este mamífero porque desgraciadamente hoy en día es casi imposible conseguir carne de ballena. Y digo desgraciadamente no porque sea un bocado demasiado exquisito, al menos personalmente no me parece nada del otro mundo, sino porque ya casi no quedan ejemplares nadando por los océanos, debido a la codicia humana. Cuando hasta hace un par de siglos eran tan comunes en el Cantábrico que había pueblos enteros que vivían de su pesca y transformación, perdurando aún su recuerdo en nombres como la calle Cuesta de las ballenas, de Gijón o figurando incluso en escudos heráldicos como en el de la villa de Bayona.
Su simbología es muy rica en todas las culturas pero sólo voy a apuntar dos ideas. Según René Guenon la historia de Jonás es un viaje iniciático en el que la ballena juega el papel del propio Arca: Jonás entra en la oscuridad del vientre del animal (muerte iniciática) y renace como un nuevo hombre al ser vomitado. Esta afirmación coincide con la simbología islámica y buena prueba de ello es que la vigésimo novena letra de su alfabeto (nûn) que significa pez, precisamente quiere decir ballena y así a Jonás (Seyidna Yûnûs), se le llama Dhûn-Nûn.
Termino apuntando que en la Cábala la idea de la resurrección espiritual se vincula a esta letra nûn.
Bambú.   Junto al ciruelo y al pino, en Japón este tallo es el símbolo de la buena suerte, un buen augurio, incluso un talismán que ahuyenta a los malos espíritus.
Esta condición de defensa se debe sin duda al ruidoso estallido que produce al quemarse y en diversas culturas africanas y sudamericanas se usa como arma de guerra.
Los Yanomami los utilizan como flechas y arcos mientras que sus vecinos Yekuana hacen con ellos unas flautas mágicas para sus rituales religiosos.
Desgraciadamente en Occidente sólo encontramos los tallos de bambú en conserva, lo que arruina su posible energía telúrica. No obstante lo incluimos en este compendio por ser en algunas culturas, sobre todo en Extremo Oriente, un delicioso manjar, difícil de cocinar, pero exquisito.
Banana.   Utilizo este vocablo en vez del castellano plátano, porque nadie sabe que los españoles llamamos así a esta fruta, mientras que el de banana proviene del calificativo banal, debido a que en las culturas orientales esta fruta era considerada como algo intranscendente, efímero y por tanto banal. El motivo de esta comparación es que esta planta con aspecto de árbol (en realidad es simplemente una herbácea) cuando florece y da su fruto, a continuación desaparece por completo sin dejar más rastro que un montón de pajas, de ahí que en la religión budista sea representativo de lo insustancial, de la inestabilidad de aquellas cosas que parecen importantes sin serlo. En el Samyutta Nikâya (3, 142) leemos una prueba muy ilustrativa: "Las construcciones mentales son como un bananero".
Sobre sus orígenes hay gran controversia ya que los ingleses se atribuyen su descubrimiento en las islas de la Polinesia donde crece espontáneamente. Eso es rotundamente falso puesto que ya era consumido en la Antigüedad en buena parte de Asia y en algunos lugares de África, como describe el propio Plinio en las campañas de Alejandro Magno. Sin embargo curiosamente no se comía en Egipto, lo cual es muy extraño, y quizás por eso no se extendió por el Imperio Romano. Pero en España se cultivaba, aunque no como fruta dulce sino como una hortaliza y en 1516 el obispo español Tomás de Berlanga lo llevó a Santo Domingo. En su viaje dejó también plantones en Canarias, etapa obligada en la ruta de los Aliseos, y en ambos lugares su aclimatación fue tan espectacular, que algunos cronistas creen que esta fruta procede del Nuevo Mundo cuando en realidad fue llevada allí por los conquistadores.
Como consejos culinarios digamos que entre esas variedades americanas los más pequeños son los más dulces y perfumados, mientras que los grandes se consumen verdes y fritos o a la plancha a guisa de pan, dado su alto contenido en almidón. Ese almidón, que durante la maduración se convierte en glucosa, es muy indigesto pero llena el estómago, de ahí quizás de nuevo la simbología budista y porqué el padre José de Acosta, al describir a finales del XVI los frutos que se cultivaban por aquellos pagos, decía: "...tiene un buen comer, ya que es sano y nutritivo. Apetece esta fruta más en tiempo frío que con calor".
En fin, aunque sólo sea por recordar que endulzó los últimos días del H\ Napoleón en la isla de Santa Elena, permitamos que esta fruta, a pesar de ser símbolo de la estupidez, entre en nuestros ágapes. 
Berenjena.  Es realmente extraño que esta hortaliza no aparezca en ningún glosario simbólico ya que su origen hindú, y su antiquísimo cultivo en la China, debería conferirle un importante contenido esotérico. Probablemente sea la xenofobia antiislámica habitual entre los historiadores europeos la responsable de tal negligencia.
Desgraciadamente no puedo aportar datos históricos salvo decir que fueron los árabes quien la introdujeron en España y curiosamente fue rápidamente aceptada, incluso por los gastrónomos más ilustres, como muestran los versos de Baltasar del Alcázar:  
"Tres cosas me tienen preso
de amores el corazón:
La bella Inés, el jamón
y berenjenas con queso".
 
Y aceptada con rango de hispanidad ya que fue en el siglo XVI cuando este poeta le atribuyó "la española antigüedad".
Es un producto claramente solar por lo que debería estar presente en nuestro banquete de San Juan, como dice el Maestro Jöel Robuchon hablando de ella: "Voici le legume d'étè par excelence".
Su recetario en los países de Oriente Medio es interminable y quizás si algún día el G\A\D\U\ logra pacificar aquellos territorios, podamos investigar in situ sus leyendas y descifrar su sentido esotérico.
Bellotas.  Antes de que los romanos trajesen los castaños, la bellota era la fuente básica de hidratos de carbono para los pueblos europeos, o sea el pan. No haremos distinciones entre el roble y el alcornoque ya que según las regiones ambos árboles tenían un mismo significado, a pesar de sus radicales diferencias.
El simbolismo de la bellota se vincula por un lado al del huevo (fecundidad, abundancia y prosperidad) y también en general al de los frutos secos (ver almendra, avellana y nuez) pero tiene una tercera imagen muy gráfica relacionada con la masculinidad al recordar al glande humano saliendo del prepucio (en francés incluso se llaman ‘gland’). Esta imagen tan gráfica contrasta con la representación espiritual que le otorgan algunas religiones como la católica, que incluso usa esta fruta para adornar los cordones rojos que llevan en el sombrero los cardenales, muchos capiteles de iglesias y claustros, y no pocos blasones. Evidentemente en estos casos significan otra cosa.
En nuestras culturas el roble es árbol sagrado y si no vean: el de Zeus en Dodonia, el de Júpiter Capitolino en Roma, el de Ramowe en Prusia o el de Perun entre los eslavos.
Es el emblema de muchos pueblos con tradiciones druídicas, como el vasco, sin duda por su poder para atraer los relámpagos y por su longevidad, majestuosidad, solidez y altura. Tanto entre los celtas como entre los griegos y hasta en culturas más alejadas como los Yakutis siberianos, el roble es la representación fundamental del árbol, el eje del mundo.
En Sichen y en Hebrón, Abraham recibió las revelaciones de Yavé al pie de un roble, de nuevo su papel axial, su sentido de antena terrestre que recibe las señales del cielo. El Toisón de oro estaba guardado por un dragón y colgado de un roble, es decir, era un templo, una bella simbología que se mantuvo en todas las culturas célticas y de contenido druídico, donde es patente esta función al saber que los sabios se reunían a meditar y discutir alrededor de un roble. 
Berros(ver lechugas)
 
Bonito (ver atún)
 
Buey.   Este bóvido debe entenderse también como el búfalo de las culturas orientales ya que por aquellas latitudes cumple las mismas funciones domésticas, y por tanto, su contenido mágico es el substituto de nuestros bueyes europeos.
Es opuesto al toro. Tranquilo, bonachón, símbolo de fuerza dócil y al servicio del hombre. Hipóstasis de Apis de Menfis, de Ptah y de Osiris.
En las religiones budistas aparece continuamente. Desde el viaje de Lao Tse hacia el oeste, el Yama de la iconografía hindú, en el Tíbet donde la muerte tiene cabeza de búfalo, el Bodhisattva Manjushrî de lo Gelugpas, el Asura Mehesha y tantos y tantos otros más.
En el cristianismo en la imagen de la bondad y el calor (en los nacimientos el buey da calor al niño). Es el animal del sacrificio por excelencia. En Vietnam su descuartizamiento es el acto religioso por antonomasia y su muerte fuera de ritual está legalmente equiparada al asesinato humano.
Gastronómicamente hay que señalar que un buey de carne no es aquél que ha trabajado en el campo hasta su extenuación, sino el que ha sido cuidadosamente criado para tal fin. En España ya no quedan bueyes y la carne que se vende como tal es en realidad de cebón. Su consumo en exceso produce enfermedades cardiovasculares y gota, sin embargo fue históricamente relacionado con la fuerza física, de ahí que los guardias de la Casa Real inglesa tuviesen cupo especial de carne de buey, de donde proviene el famoso nombre inglés de beefeater, los comedores de buey.
Burro.  No es muy común comer carne de burro y de hecho hoy día en España está prohibido ya que estos équidos están protegidos debido a su escasez. Sin embargo en las culturas mediterráneas fue siempre una carne habitual (la auténtica mortadela se prepara con carne de burro) si bien con un marcado carácter peyorativo.
No me extiendo en este artículo ya que no es habitual, sin embargo conviene puntualizar la gran importancia que tuvo en distintas culturas y siempre con un marcado carácter negativo, incluso nefasto y hasta con vinculaciones satánicas: en la India eran burros: el guardián de los muertos Nairrita, Kâlarâtrî, la faz siniestra de Dêvi, o el Asura Dhenuka. En Egipto el burro rojo era la entidad más peligrosa que encontraba el alma durante su viaje post-mortem.
En el cristianismo el burro, a diferencia del buey, no quiere dar calor al niño y cuando Cristo entra a lomos de un borriquillo en Jerusalén, en contra de las grotescas y pueriles interpretaciones que los curas atribuyen a esta imagen en las que el burro es un elemento decorativo, folklórico, algo así como un reclamo turístico, lo cierto es que representa el triunfo de Cristo, de la virtud, sobre la mezquindad e incluso la propia muerte. Recuerden que Cristo recorrió la India antes de empezar su vida pública y con toda seguridad allí debió ser iniciado en varios ritos que luego, junto a su base judía, dieron origen a la propia liturgia cristiana.
La vinculación del burro con las pasiones carnales y su hipóstasis satánica, tiene sin duda relación con la magnitud de su pene ya que por el contrario las burras son consideradas signo de mansedumbre, resignación, paciencia, humildad y sufrimiento: Samuel parte al desierto en busca de las borricas, Balaam es instruido por su burra quien le avisa de la presencia de un ángel, en la huida a Egipto José lleva a lomos de una burra a María con el niño para salvarlo de las matanzas de Herodes.
Para terminar afirmar que en algunas regiones del sur de España aún queda la costumbre de reunirse algunos amigos y matar un borriquillo para comérselo asado, dicen que es muy sabroso y tierno, en cualquier caso y escrúpulos aparte, generalmente las hembras suelen más tiernas, sabrosas y delicadas, así que si tienen oportunidad de celebrar un ágape con esta carne, elijan una burrita.
Escrito por el (actualizado: 02/05/2013)