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Franquicias de hostelería

 
Publicado en el Diario El Comercio, año 2001.

Ya tenemos en Asturias dos shopping-centers, Parque Astur y Parque Principado, supercentros de compra y ocio, macroestructuras de consumo, paraíso de las franquicias, o como se les quiera llamar a estas titánicas estructuras que, entre otra de sus virtudes, nos sumerge en un mundo artificial en el que salvo por el uso del G.P.S., nadie sabe si se encuentra en Miami, París, Oviedo, Madrid o Albacete (me imagino que en La Mancha ya habrán abierto también alguna de estas aberraciones).

Nada tengo en contra de ellas, Dios me libre, pero siempre y cuando se acuda a ellas con moderación y por supuesto refiriendome siempre al plano gastronómico, porque en otros asuntos no me gusta mezclarme.

«No sé qué tiene de malo acudir a estos lugares asiduamente, apunta un joven con aspecto de hamburguesa que pasaba por allí rumiando una enchilada Tex-Mex, yo vengo muy a menudo y me encuentro mis anchas. Además, fíjese que oferta. Hay mas sitios para comer que en todo Oviedo y encima supergüays.»

¡Ay! ya me dió con el güay, este es el nudo gordiano de la cuestión, la juventud, divino tesoro, sobre todo para quienes han encontrado la forma de sacarles los cuartos con tanta astucia y sutileza, que ya es esta la gran industria del siglo: las franquicias.

Se trata de macroestructuras comerciales basadas en un agresivo marketing que analiza y resuelve cuáles son los condicionantes y hábitos de vida mediante los cuáles se despierta el deseo en consumidores de escasa experiencia en la materia y por tanto componentes de grandes masas a las que se puede manipular con reclamos publicitarios coloristas, fácilmente digeribles a primera vista (en realidad manejan conceptos mucho mas sutiles, generalmente dirigidos hacia el subconsciente, pero eso ya es meterse en berenjenales).

No hay conflicto, son productos que cumplen con las normas higiénico sanitarias, de hecho tanto o mas que el resto de la hostelería tradicional, pero conducen a una absoluta globalización.

¿Quién se puede creer que un chaval, sin la menor idea de cocina, pueda con un cursillo de quince días preparar comida para cien, doscientos o trescientos cubiertos por servicio?

En realidad no tienen la menor idea de lo que cuecen, simplemente tienen ante sí bandejas con diferentes colores y saben que el plato X15 lleva tanto de la fuente B2, montado sobre una P5 y rematado con un chorro de N3 con espolvoreado de Q 4.

Si le despiden del burguer no hay problema porque en el Texmex es lo mismo, salvo que el P5 es una oblea de maíz en vez de un bollo, la N3 contiene mole en vez de catsup y lo mismo en los negocios de paellas, pizzas, bocatas, creppes, etcétera.

Mi amigo José Carlos Capel describía en la revista Sobremesa del pasado diciembre, con toda su habitual erudición, el nuevo fenómeno de las fusion-foods que practican el NODO de Madrid, el Spoon de Ducasse en París o el Nobu de Londres y para ello hace referencia a la world-food (comida de varios paises en un mismo restaurante pero no en el mismo plato como la fusion-food), la Junk-food (comida basura), la Soul-food (comida de esclavos) e ironiza inventándose una United Colors-food.

Excelente, brillante exposición de lo que ya es la globalización de la cocina, sin embargo mi querido colega se ha olvidado de la Franchise-food, la mas apabullante forma de despersonalizar cualquier tipo de cultura gastronómica que el hombre haya desarrollado en la historia, ya sea en Asturias o Japón.


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