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Animadores

 
Diario El Comercio año 2002.
 

Para seres racionales, como quienes compartimos inquietudes gastronómicas y turísticas a través de estas páginas, resulta inconcebible esta profesión, pero ¡Valgame Dios!, resulta que para muchos mortales, es necesaria, casi imprescindible, porque no saben como divertirse por sí mismos.

¿Se dan cuenta que enorme tragedia?

La atrofia mental que produce la actual sociedad de consumo llega al extremo de que los pobres ciudadanos ¡ya no son capaces ni de divertirse!

El invento consiste en contratar, en los grandes hoteles turisticos, ya saben, esos de sol y playa con todoincluido, a unos individuos, quizás profesionales, cuya misión es hacer el indio durante doce, o mas horas al día, con el fin de que los descerebrados clientes sean conducidos paso a paso, ora haciendo aerobic, ora jugando al voleibol, ora disfrazandose de canibal.

Desde un punto de vista humanista, la situación resulta realmente patética, pero hay mas, hay otra crítica mucho menos profunda, mas banal, mas de vacaciones, que es de lo realmente estamos hablando: ¿hasta qué punto tiene derecho un hotel a amargar las vacaciones a un cliente que va hasta el otro lado del Océano en busca de una semana de descanso?

No les haga usted caso, podrían argumentarme, pero es que resulta que estos saltimbanquis (y aquí ya no respeto su profesión porque ellos no han respetado mi espacio vital), enchufan los altavoces a toda potencia a las diez de la mañana y se pasan doce horas atronando sin parar (hay varios que se relevan, como en los interrogatorios de la Gestapo), todo el recinto, desde piscinas y playas, hasta las propias habitaciones donde no se puede ni echar uno una siesta como es debido.

Y claro, llegados a este punto hay que repetir la pregunta: ¿Hasta qué punto tiene derecho ese hotel a amargarme unas vacaciones que yo he pagado para descansar y no para tener que soportar el estruendo de unos altavoces, distorsionando música tecno (si es que se pude llamar música a eso) y la perorata de un sacamuelas?

Pero es que hay otra pergunta: ¿A cuanta gente le puede gustar semejante horterada? ¿Quién paga de buen grado mas de mil euros para tener que soportar un escándalo, mas parecido a las tómbolas de feria, que a una idílico y pacífica estampa caribeña?

En el hotel Allegro, de Playa del Carmen, México, perteneciente a la cadena Occidental de la que ya les hablamos a colación del artículo «El cuento maya», fui testigo de hasta qué punto se puede llegar a la majadería en esta materia: en cada actividad de cada día (calculen unas cuarenta a la semana) durante mas de media hora los supuestos animadores vociferaban y daban la lata a los sufridos clientes para convencer a unos pocos para participar en sus patéticos juegos.

Dicho de otro modo, en el supuesto caso de que a alguien le gustasen estas actividades, esos serían apenas un 2% de los residentes, mientras que el otro 98% de los pagadores y por tanto también con ciertos derechos, teníamos que soportar la murga en vez de poder descansar escuchando el suave rumor de las olas del mar.

Ni que decir tiene que hubo protestas, pero como el que oye cantar, porque si dura tenían la cara los animadores, los de recepción ya rozaban la grosería (una tal señorita Rosie me llegó a vacilar un día diciendo que el hotel no regalaba cerillas para preservar el medio ambiente).

Esperemos que este tipo de turismo empiece a desaparecer.

Escrito por el (actualizado: 06/10/2015)