Sindicación de contenidos
Boletín electrónico
Contacto
Mapa web
Logo de FacebookLogo de Google +Logotipo Twitter
 
boton pinteres
Imprime ContenidoEnviar a un Amigo
 

${estadoCorreo}

 

Historia de la masonería y de su gastronomía

 
Extracto del libro de La Cocina Masónica
 

Con esta breve síntesis que apenas pretende servir de guía para aquellos profanos que desean conocer un poco de nuestra historia, tan sólo intento aclarar algunos puntos oscuros que los detractores de nuestra obediencia aducen para acusarnos de iconoclastas y herejes, cuando la masonería ha sido siempre un movimiento pacifista, libre y tolerante con el resto de las culturas, con las que siempre ha intentado convivir armónicamente y en las que incluso se ha forjado.

Cientos de libros, más de 60.000 según Paul Naudon, más o menos profundos, extensos, ortodoxos o simplemente bastardos, se han escrito sobre la historia de la masonería en sus distintas etapas y zonas de trabajo.
Creo que si investigadores tan cualificados como: Naudon, Benimelli, Boos, de la Cierva, Cordier, Chevallier, Francovich, de la Fuente, Gould, Hannah, Hewitt, Jouaust, Lantoine, Lennhoff, Mola, Rebold, el mismo Anderson y otros muchos más, han escrito sus propias “Historias de la masonería”, sería pretencioso y estúpido intentar aportar ningún dato nuevo. Por tanto en el apartado siguiente de este capítulo simplemente pretendo situar cronológicamente al lector dentro del mundo masónico, para facilitarle el posterior entendimiento del papel de la gastronomía en la Orden.
Antes de avanzar mencionaré a tres escritores cuyas obras suponen un importante estudio sobre estos temas, aunque sus obras no se haya considerado como tal compendio histórico y son: Humberto Eco, Gerard de Séde y Rafael Alarcón, haciendo particularmente hincapié en este último ya que a través de sus trabajos sobre el Camino de Santiago, ha aportado importantísimos datos que todos los masones, al menos los españoles, deberíamos conocer y estudiar al abrir nuevas vías de estudio acerca de nuestra propia historia.

1.1. Breve historia de la masonería 

Vamos a reproducir sinópticamente la historia de la masonería mediante diez etapas básicas, que considero diferenciadas entre sí en función de los grandes acontecimientos que transformaron a la humanidad.
Para ello al principio seguiremos las “Constituciones” de Anderson ya que delimitan bien esas épocas primitivas, aunque prescindiendo de aquellas puntualizaciones propias de principios del siglo XVIII y que han sido reiteradamente utilizadas por detractores de la masonería para ridiculizar aquellos escritos, conducta que simplemente descalifica a quien la ejerce ya que por ese principio de tomar los datos al pie de la letra como si se tratase de una enciclopedia, la Biblia también sería un compendio de anacronismos infantiles.
Antes de proceder a la descripción de esas diez etapas, y para mejor esclarecimiento de lo que se conoce por historia de la masonería, creo conveniente proceder a una agrupación general que podríamos reunir tres grandes eras: masonería legendaria o filosófica, masonería operativa y masonería especulativa.

Masonería legendaria o filosófica 

Es un periodo reconstruido por el hombre actual en el que todos los datos que se contemplan son simbólicos. Es la gestación de las grandes culturas, de las religiones.
Los documentos escritos no describen la realidad del hombre sino que le contemplan dentro de un mundo de dioses que luchan entre sí por dominar el mundo, que siempre es finito y limitado a las fronteras que ese grupo social ha establecido. A partir de ahí el mundo físico termina y empieza el mágico. Esta época es indefinida y va en función de las distintas culturas, de hecho, en pleno siglo XXI aún hay regiones que viven en la Prehistoria, y por tanto se pueden considerar dentro de este periodo, pero en nuestro entorno podemos situarla desde el origen del hombre, hasta las culturas antiguas del Mediterráneo: Grecia, Egipto, Roma, Cartago, etc.
En esta era podemos incluir toda la tradición constructora del antiguo Egipto, el primer templo de Salomón, Babilonia, etc., y a pesar de tener constancia física de algunas de ellas, como las pirámides de Keops, lo cierto es que los relatos de los que disponemos son legendarios y sirven más para especular y adornar nuestra historia que como soporte científico de estudio. Recientemente, y gracias a los novedosos métodos de investigación y a nuevos hallazgos arqueológicos, parece que en el futuro se podrán desvelar muchos de los misterios escondidos por el tiempo.

La masonería operativa 

Legendariamente se afirma que fue Numa, rey de Roma allá por el año 700 a. de J.C., quien funda las collegiae (talleres artesanos donde se trabajaba no sólo manualmente sino también en el pensamiento liberal), parece más razonable acercar esa época a la Grecia pitagórica y a la Roma imperial, ya que este rey etrusco fue más una creación de Plutarco que un personaje real.
Carece de importancia situar el inicio de este periodo en el siglo VIII a. de J.C., o en el IV a. de J.C. Lo que nos concierne es que se inició una historia tangible, en la que se puede apreciar como algunos grupos gremiales se situaron por encima de fanatismos y practicaron una forma de vida libre donde primaba la ciencia y la moral, por encima de otros principios dictatoriales y la radicalización de las posturas religiosas y políticas.
Guardianes de las más antiguas tradiciones artesanas, alquímicas, filosóficas y de ciencias tanto naturales como herméticas y esotéricas, de las que ya se tenía constancia por el código de Hammurabi (2000 a. de J.C.) que regulaba los privilegios de arquitectos, canteros y albañiles. Estos hombres de que trasmiten sus conocimientos de forma oral exclusivamente dentro de sus asociaciones gremiales, a cubierto del mundo profano que desearía poseerlas con fines bastardos, bélicos o mercantiles.
Estas Collegiae, de las que Estrabón dice que exigían a sus asociados identificarse mediante signos secretos y en las que era imprescindible superar pruebas de iniciación con complejos ritos para poder pertenecer a ellas, llegaron a ser tan influyentes en la sociedad romana que el propio Julio Cesar dictó su ‘Lex Julia’ para controlar su expansión, pero fracasó y tuvo que anularla y enfrentarse a aquella primitiva masonería.
Roma se corrompió, el imperio se retiró a Constantinopla y las logias, para sobrevivir al salvajismo bárbaro, tuvieron que refugiarse bajo la sombra de la Iglesia cristiana a la que Clovis, Clodomiro I, se abrazara en Reims a finales del siglo V al ser coronado rey de Francia, marcando con su bautismo una línea que influiría en el resto de las tribus bárbaras que habían invadido el Imperio Romano, permitiendo así que parte de la cultura romana perdurase en Europa.
A finales del siglo XI las construcciones románicas promovidas por las órdenes de Cluny y del Cister, derivadas a su vez del prerrománico benedictino, eran logias conocidas como guildas o gremios y volvieron a alcanzar relieve social. Gracias al carácter universal que confirieron las cruzadas al cristianismo, los constructores empezaron a emanciparse de los monasterios dando paso a una diferenciación entre los artesanos adscritos a una corte o monasterio, llamados ‘artesanos jurados’, ya que prestaban juramento de sumisión a la escuela que los había formado, y los ‘artesanos libres’, en inglés llamados ‘free-mason's’ y en francés ‘franc-maçons’, los cuales no estaban mal vistos por la Iglesia e incluso recibían privilegios, como los concedidos por el Papa Nicolás III en 1277 y Benedicto XII en 1334.
Su carácter ecléctico coincidía plenamente con el espíritu templario, que a su vez había sido formado también en la regla de San Benito, y a partir de ese momento los franc-masones empiezan a trabajar junto a los constructores bizantinos y musulmanes traídos por los templarios desde Jerusalén, para edificar sus múltiples castillos y monasterios (unos diez mil según Naudon), configurando así las ‘Compañías del santo deber’. Muestra de esta fusión queda reflejada a principios del siglo XII (1108-1131) cuando el rey Luis ‘el Gordo’ otorgó al Temple casi un tercio de París, desde le Châtelet hasta la Sorbona. Todos los Fran-cmasones de Ile de France se trasladaron a este pequeño ‘Estado templario masónico’, llegando a tener que regular su actividad un siglo después (1268) el rey San Luis de Francia, mediante el ‘Libro de los oficios’, estatutos que su preboste Etienne Boileau redactó como códigos para legislar las distintas cofradías parisinas.
A principios del XIV (1312) el rey Felipe ‘el Hermoso’ de Francia y el Papa Clemente V estaban endeudados con el Temple hasta las orejas debido a sus continuas guerras, y se confabulan para desarrollar sus ideas de monarquía absolutista, destruir todo foco de poder ajeno a su mando y acumular todas las riquezas existentes en el mundo cristiano. Mediante la bula del 23 de marzo de 1312 suprimen la Orden del Temple y queman vivo a Jacques de Molay, su Gran Maestre, (1314), anulando de un plumazo los préstamos otorgados por la Orden y robando lo que pillaron.
La masonería, conocida ya como ‘Compañía del santo deber’, vuelve a protegerse en los conventos, esta vez en los hospitales de la ‘Orden de San Juan’, o ‘Caballeros de San Juan de Jerusalén’, posteriormente convertidos en ‘Caballeros de la Orden de Malta’. Así lo cuenta el caballero de Ramsay en su famoso ‘Discurso’ de 1738 cuando explica el motivo por el que todas nuestras logias se llaman de San Juan. Durante este tiempo de oscurantismo y persecución, la actividad masónica apenas sale a la luz salvo en apariciones esporádicas, como cuando inicia al rey Enrique IV de Inglaterra (1442) y a sus principales cortesanos.
A partir del siglo XV el trabajo físico de la masonería operativa decae y sus miembros empiezan a aceptar en sus logias a profanos con los que compartir las ideas del humanismo racionalista, como es el caso de Tomás Moro (1478-1553), ajusticiado por no aceptar la autoridad espiritual del rey, el del fraile benedictino Rabelais (1494-1553), masón aceptado, o el del arzobispo de Colonia quien convocó en 1535 una tenida para otorgar su ‘Carta de los Masones Elegidos de la Orden de San Juan’.
Tras el concilio de Trenzo, y con la anexión de las recientemente creadas sociedades Rosacruz, la masonería filosófica se ve reforzada y provoca que en las logias haya cada vez más masones aceptados que operativos, lo que determinará el final de la era operativa.

La masonería especulativa 

Antes de describir el cambio ocurrido en el seno de las logias, hay que puntualizar que éste no fue traumático, radical, ni brusco, sino más bien una consecuencia natural de un proceso lento y aceptado por los masones. Las logias operativas nunca habían sido simples sindicatos o asociaciones gremiales, sino que en su seno el trabajo intelectual siempre fue tan importante como el físico, el cual era considerado como una manifestación exotérica, es decir exterior, de la verdadera obra que era la filosófica que se desarrollaba dentro de la logia, a cubierto de los ojos profanos.
Buena muestra de esta actividad, cultural, caritativa y filantrópica es el ‘Manuscrito Regius’, poema escrito a finales del siglo XIV, en plena época operativa, en el que se detallan las buenas costumbres, el civismo y la educación que han de observar los masones para sí y con la comunidad profana en la que conviven.
En el siglo XVII el racionalismo, habitual en la masonería, y las continuas tensiones entre católicos y protestantes dentro de la Iglesia, favorecen el acercamiento de personajes ilustres a las logias, donde saben que pueden discutir sus ideas sin peligro a ser criticados o perseguidos por el gobierno o la facción religiosa de turno.
Casos como el de la iniciación de Newton o la fundación de la Royal Society de Londres, son ejemplo del movimiento masónico ya completamente especulativo, aunque legalmente aún fuesen considerados como miembros aceptados en logias operativas.
Con la iniciación de Guillermo III de Orange, en 1694, y la omnipresencia en todas las logias de Rosacruces e ilustrados, las últimas ataduras a la masonería operativa, debidas más a razones religiosas que de trabajo, desaparecen y en 1717 se constituye la Gran Logia de Londres, que agrupa a las logias que allí existían para dar paso posteriormente a la Gran Logia de Inglaterra.
A partir de ese momento y con ‘Las Constituciones’ de Anderson redactadas cinco años después bajo el maestrazgo del duque de Wharton, la masonería se declara legalmente especulativa, y los nuevos iniciados no deben ser aceptados por los antiguos artesanos sino que pueden formar sus propias logias soberanas.
La expansión es fulminante ya que en la mayoría de los países europeos la masonería trabajaba de forma especulativa, y sólo se necesitaba un reglamento que la legitimase para poder constituirse las respectivas Grandes Logias que coordinasen los trabajos.
En España es el propio duque de Wharton, Gran Maestre de la Gran Logia de Inglaterra, quien funda en Madrid la primera logia en 1728, llegando a constituirse más de doscientas logias regulares en apenas veinte años y teniendo la Gran Logia de Londres un Gran Maestre provincial dedicado a supervisar exclusivamente los trabajos de Andalucía. Desgraciadamente los impresentables reyes españoles Felipe V y Fernando VI, siguiendo los mandatos del Papa Clemente XII y Benedicto XIV respectivamente, dejaron que la Inquisición persiguiese y asesinase a miles de masones.
En Francia se crea en 1721 la logia Amistad y Fraternidad al oriente de Dunkerque, aunque ya desde 1688 existía una que luego se legalizó con el nombre de Igualdad Perfecta.
En Alemania se legaliza la logia Absalón de Hamburgo con fecha de 1741, aunque de hecho fuera fundada en 1737 como lo prueba que el 14 de agosto de 1738, esta logia iniciase al príncipe Brunswick de Prusia, futuro Federico II y en 1738 el conde Rutowsky funda en Dresde otras tres: Las Tres Águilas Blancas, Las Tres Espadas y Los Tres Cisnes.
En Austria, a pesar de ser un país estrictamente católico, la bula de Clemente XII que condenó a la masonería en 1738 no es aceptada y el conde Josef von Hoditz, bajo la iniciativa del conde Schaffgotsch, crea en la misma Viena la logia Tres Cañones en 1742. En este hecho debió influir que el propio emperador Francisco I hubiese sido iniciado once años antes, el 14 de mayo de 1731, en La Haya por una delegación de la Gran Logia de Londres.
Sucesivamente se abren nuevas logias en Mons, Bélgica, en 1721; en Varsovia, Polonia, en 1730; en Moscú, Rusia, en 1732; en Florencia, Italia, en 1733; en Lisboa, Portugal, en 1735; en Estocolmo, Suecia, en 1735; en Ginebra, Suiza, en 1736; en Presburgo (Bratislava), Hungría, en 1740; en Praga, Checoslovaquia, en 1741; en Copenhague, Dinamarca, en 1743; en Christiana (Oslo), Noruega, en 1745; en Corfú, Grecia en 1780, etc.
Incluso en otros continentes la onda expansiva de la granada europea sembró su semilla y así en Filadelfia, EE.UU., en 1730 de funda la logia Pennsylvania Gazette donde sería iniciado Benjamín Franklin; en Annapolis (Nueva Escocia), Canadá, en 1738; y sucesivamente en todos los países de América del Sur y en los demás continentes: en Asia, en la India, Israel, Siria, Líbano, Irán, Iraq, Pakistán, Turquía, Japón, China, Filipinas, Indonesia, Malasia; en Oceanía en Australia y Nueva Zelanda; en África, en Argelia, Túnez, Marruecos, Egipto, Sudáfrica, Nigeria, Liberia y un largo etcétera.
A partir de entonces la francmasonería adorna sus logias con el trabajo de hombres tan ilustres como: Amadeo de Saboya, Bacon, Benito Juárez, Bolívar, Blasco Ibáñez, Castelar, Conan Doyle, Churchill, Echegaray, Espronceda, Fleming, Garibaldi, Goethe, Haydn, Isaac Peral, José Martí, Kant, Kipling, Lafayette, Lindbergh, Liszt, Lord Byron, Marat, Montesquieu, Moratín, Mozart, Napoleón, Ortega i Gasset, Ramón y Cajal, Roosevelt, Sagasta, Sibelius, Sorolla, Truman, Vogel, Voltaire, Washington, Wellington, Oscar Wilde, Zorrilla, y una interminable lista de personajes de la que nos enorgullecemos los que pertenecemos a ella.

Cuando hablo de ‘hombres’ es en sentido genérico ya que también fueron masonas mujeres tan ilustres como: Josefina de Beauharnais, esposa de Napoleón y emperatriz de Francia; Louise Michel, famosa anarquista francesa; Annie Besant, activista por la independencia de la India; Clara Barreno, fundadora de la Cruz Roja Internacional; Josefina Baker, vedette y heroína de la resistencia antinazi; Gilberte Arcambal, periodista y activista antinazi; Clara Campoamor, diputada a las Cortes y defensora del voto femenino; Victoria Kent diputada en 1931; Angeles López de Ayala, Clotilde Cerdá, Julia Ayma, etc.
Aclarados los conceptos elementales, paso a describir las diez etapas tradicionales de la masonería, que Anderson estructura como años, y que para diferenciarlas de sus trabajos, yo considero más genéricamente como épocas.

- Primera época: Año primero del mundo. Situado simbólicamente en el 4000 a. de C.  

Durante esta inmensa nebulosa de tiempo, el G∴A∴D∴U∴ inicia al hombre en las distintas Artes citando a Tubal Caín como maestro del metal, a Jubal de la música y a Jabal de la agricultura, tríada de oficios que representan las tres vías principales por las que el hombre desarrolla su inteligencia, o sea, la Luz recién recibida.
Huelga cualquier comentario sobre la cronología, ya que el propio Anderson, conocedor de las limitaciones de la ciencia en su tiempo, prefiere marcar de forma tajante el carácter simbólico de la fecha situando la creación del hombre en un año cuyo único sentido es el estrictamente mágico del número 4, por supuesto seguido de los tres ceros, cuyo sentido cabalístico confirma el mensaje del cuatro (por varios motivos no puedo explicar el sentido de este número, simplemente aclarar que ya era sagrado en todos los pueblos antiguos, indios, egipcios, etruscos, etc., y que significaba cosas tan fundamentales en el mundo esotérico como el emblema del infinito, del movimiento, de lo intangible, del principio eterno y creador, de los elementos y del inefable nombre de Dios que en hebreo se compone de cuatro letras, el tetragrámaton).
Considero oportuno señalar que el calendario judío actual, elaborado en el año 338 d. de J. C. por el rabí Samuel, sitúa la fecha de la creación del mundo el día 7 de octubre del 3761 a. de J.C.

- Segunda época: Año del mundo 1757 ó 2247 a. de C. El Arca masónica de Noé 

Este fenómeno catastrófico recogido por todas las culturas de la tierra, en el que algunos hombres de ciencia se salvan del diluvio gracias a su conocimiento de las Artes Reales, significa que el hombre ya está trabajando desde planos intelectuales que le permiten sobreponerse a las calamidades naturales, y así queda patentemente demostrada su condición de animal superior.
Algunos comentaristas antimasónicos tildan capciosamente a Aderson de crédulo y de hacer Biblia-ficción al afirmar que el Arca fue fabricada según la geometría y las reglas de la masonería. Evidentemente esta figura significa simplemente que el hombre ya trabajaba en Artes como la Geometría, la Arquitectura, la Física, etc., y su mensaje es similar al de la Biblia cuando se dice simbólicamente que Noé recuperó en su barco una pareja de cada especie de animales de la tierra.
Como ya expliqué anteriormente, es imposible situar cronológicamente esta época. Algunos científicos sitúan el diluvio hace quince mil años, otros como Leadbeater lo sitúan en el 75032 a. de J.C., y otros al final de la era glaciar. Para algunos antropólogos el hombre constructor se inicia en el periodo Magdaleniense, entre los años 16000 a. de J.C. y 10000 a. de J.C., ya que hay pruebas de cuidada escultura en hueso y pintura, mientras que otros lo acercan al 8500 a. de J.C., fecha en la que se sitúan los restos de la muralla de Jericó, y otros lo retrasan hasta el 6500 a. de J.C. que es cuando aparece la ciudad de Çatal Höyük en Anatolia.

- Tercera época: Año del mundo 1810, o 2194 a. de J.C. Aparición de Baal 

Esta fecha viene a significar la formación de nuestra cultura primitiva, situada geográficamente en Mesopotamia. Sus fechas reales pueden ir desde el 5000 a. de J.C. hasta el 1500 a. de J.C., pero su importancia radica exclusivamente en mostrar como el hombre se reúne para compartir los conocimientos adquiridos anteriormente y fundar un gran grupo social, desarrollando ya documentos tangibles (escritura) de su progreso y conocimiento de todas las ciencias y artes que se pueden considerar configurantes del denominado Arte Real, sobre el que Anderson ya advierte que no se debe hablar si no es dentro de una ‘Logia formada’.
Consideremos que es algo así como el periodo de formación de las antiguas religiones.

- Cuarta época: Año del mundo 1816, 2188 a. de J.C. Las Pirámides, obra masónica 

Es evidente que la cronología tiene un exclusivo valor simbólico, ya que resulta infantil ajustar las fechas en seis años, cuando en realidad se está hablando de eras indeterminadas. Tampoco se deben considerar las pirámides como obras propias de la masonería, ya que su ejecución atenta contra los principios masónicos de libertad al haberse empleado esclavos en su construcción.
Lo significativo es que Anderson acerque temporalmente este hecho con el anterior para mostrar como el hombre ya estaba funcionando como constructor de grandes obras de incuestionable precisión, y con conocimientos tan extensos en los campos de la geometría, aritmética y astronomía, que incluso hoy día tan sólo los iniciados en las ciencias esotéricas alcanzan a vislumbrar.

- Quinta época: Año del mundo 2078, 1926 a. de J.C.  

Abraham, transmisor del Arte; 2427: Israel pueblo masónico; 2514: Moisés Gran Maestro Masón; 2554: Construcción del Templo de Salomón; 3446: Destrucción del primer Templo; 3468: Construcción del segundo Templo; 3457: Pitágoras; 3700: Alejandro Magno; 3748: Biblioteca de Alejandría...
Con estas fechas simbólicas, que Anderson estudia aparentemente de forma individual, lo que hace es centrar la cultura occidental que dará fundamento a nuestra civilización, y en la que los masones no hacemos distinciones entre las distintas religiones, originadas a su vez por sangrientas escisiones. Lo único importante es que el G∴A∴D∴U∴ nos dio la Luz, aunque luego cada cual la distorsionó a su manera.
Evidentemente si estas fechas se analizan científicamente no tienen el menor rigor, ya que su función es accesoria dentro del mensaje que Anderson envía, motivo en el que se basan algunos historiadores histriónicos como De la Cierva para ensañarse con estos escritos calificándolos de ignorantes o de antología del disparate, por detalles tan mezquinos como que el Faro de Alejandría, según él, era de mármol y no de piedra caliza.

- Sexta época: Año del mundo 4004. Primero de nuestra era 

Con el nacimiento de Cristo como Gran Arquitecto de la Iglesia 1723 años atrás, Anderson reconoce oficialmente y por motivos prácticos, el calendario gregoriano, ya que resultaría necio entrar en disquisiciones especulativas sobre la cronología de algunos hechos como hacen otros historiadores ortodoxos. La Iglesia católica toma rigurosamente esa fecha como la llegada del Mesías, pese a que tal fecha fue determinada varios siglos después, aunque eso no altere la importancia histórica del suceso.
En esta época se habla ya de logias que trabajaban en distintos oficios, pero siempre a cubierto del mundo profano, transmitiendo conocimientos esotéricos y realizando obras con el beneplácito de gobernadores liberales como Augusto, a quien Anderson otorga el grado de Gran Maestre de la Logia de Roma, evidentemente no porque hubiese sido iniciado en los ritos hoy día reconocidos y aceptados, sino porque sus actos demuestran que su espíritu estaba en concordancia con nuestros principios fundamentales.
Este primer año de nuestra era podríamos ajustarlo cronológicamente hacia el siglo VIII a. de J.C., fecha en que el legendario rey Numa Pompilio funda sus célebres collegiae, asociaciones profesionales, principalmente de constructores y carpinteros, ‘tignarii’, en las que no sólo se transmitían conocimientos artesanos sino toda una serie de información esotérica que los distinguían del vulgo, situando socialmente a sus cofrades casi a la altura de los sacerdotes paganos.

- Séptima época: Años de Cristo 448. Reconstrucción de Inglaterra 

En esta ocasión hay que disculpar el carácter localista de Anderson que prescinde de la universalidad masónica para centrarse en su entorno, ya que su obra va dirigida a la unificación de las distintas logias que operaban en Londres y destinada crear unas normas que rigieran la Gran Logia de Inglaterra.
Supone el momento en que las tribus bárbaras destruyen el Imperio Romano y con él la tradición masónica de las collegiae que pasan a la clandestinidad como tales, o se refugian de forma cautelar en los monasterios cristianos, ya que las leyes feudales vigentes a partir de ese momento prohibían y perseguían cualquier tipo de asociacionismo, exceptuando a la Iglesia.
Este paso es trascendental y, a partir de este momento, la masonería estará estrechamente ligada al cristianismo hasta 1738, en que es condenada por el Papa Clemente XII a través de la bula Ineminenti Apostolatus apecula y así apartada de la Iglesia Católica.
A partir de ahora abandono ‘Las Constituciones’ de Anderson ya que se centran exclusivamente en aspectos monárquicos y religiosos locales, que no tienen nada que ver con lo que estamos estudiando. Recuerden que él era pastor anglicano, iglesia que se mantiene aún unida a la masonería anglosajona y a la corona, de ahí su interés por vincular la historia de la masonería a la Iglesia inglesa.
En España en el siglo IX se produce un fenómeno que los historiadores masónicos apenas se plantean, y que es vital para nuestro desarrollo durante el segundo milenio: El Camino de Santiago (ver el punto sobre la cocina del Camino de Santiago).

- Octava época: Siglos desde el IV hasta el XVI. Recuperación de las logias a través de las guildas, el ‘compagnonage’, las compañías y las cofradías. 

En Europa se vive el feudalismo con toda su virulencia mientras los masones sobreviven escondidos en conventos y monasterios, mezclados con los frailes, llegando a ser incluso muchas órdenes religiosas, como los benedictinos o los templarios, auténticos núcleos masónicos. Toda la ciencia está encerrada en los conventos, pero poco a poco el clero empieza a radicalizar sus ideas creando una nueva forma de pensamiento represivo, que fomenta las guerras contra otras religiones e incluso entre sus propios reyes.
En ese clima de creciente inmoralidad, de crueldad sanguinaria, de vandalismo y de codicia, justificado por lo que la Iglesia llamaba Fe pero que tan sólo encubría pasiones mundanas y ansias de poder, son los gremios quienes representaron un cierto pensamiento liberal, sincrético y ecléctico. Así, no sólo tuvieron que esconderse de los gobernantes bárbaros, sino también de algunos sectores de la propia Iglesia, que abandonando su función religiosa, se dedicaron principalmente a la política y a la guerra para acumular riquezas.

La creciente corrupción en el seno de la Iglesia, y su dependencia del rey de Francia, provocaron el Gran Cisma que la dividió en dos obediencias: la Clementina que siguió en Aviñón y la Urbanista que pasó a Roma. Por aquel entonces los masones ya habían alcanzado la suficiente fuerza social y económica como para funcionar independientemente de la Iglesia, y en 1375 las guildas se convierten en compañías: ‘Mason's Company of the City of London’. En 1472 aparecen por primera vez las cofradías, como la Fraternity inglesa.

Mientras esto ocurría en el resto de Europa, en España, y a pesar de la imagen estereotipada de país salvaje en continua guerra entre moros y cristianos, el pueblo español era sin duda uno de los más progresistas y liberales de Occidente, ya que las gestas heroicas de personajes militares como el Cid eran hechos puntuales, mucho menos dramáticos que los que acontecían en otros países como Francia, Alemania o Inglaterra. La sociedad mozárabe era un ejemplo de bienestar y progreso donde convivían pacíficamente culturas tan dispares como la judía, la islámica y la católica, compartiendo una intensa actividad agrícola, intelectual, artesanal y filosófica. Buena prueba de ello es que nuestro país fue el último refugio de los templarios, quienes, perseguidos a muerte por el resto de Europa, aquí se mantuvieron a salvo en una semiclandestinidad consentida que les permitió seguir trabajando en sus labores esotéricas, aunque no como orden religioso-militar ni como institución financiera, como venía haciendo desde su creación.

Otra prueba del liberalismo que reinaba en España es que los templarios, recién formados bajo la Regla de San Benito y tras configurarse y estructurarse en Jerusalén basándose en la ‘Orden ismailita’ de los Assashins (los bebedores de hashich), de vuelta en Europa se instalaron a lo largo del Camino de Santiago para defenderlo, cuidarlo, dirigir la construcción de Iglesias y puentes. Además entablaron una relación pacífica con judíos y musulmanes, con los que siempre compartieron sus monasterios, sus estudios y hasta sus templos, donde cada cual podía celebrar su propio sacrificio religioso. Como detalle curioso podemos comprobar como España es el único país en el que la palabra ‘Colegio’, además de su acepción internacional como lugar de estudio, mantiene aún hoy el mismo sentido de colectivo profesional que tuvieron las logias masónicas romanas, las collegiae. La imagen de catolicismo intransigente divulgada por la famosa ‘Leyenda negra española’ empezó con la expulsión de los judíos, hecho que ya nos sitúa en el siglo XVI, es decir, al final de la etapa medieval.

La Casa de Austria en España está estrechamente ligada a la Iglesia, empieza a oprimir al pueblo la mayoría de los librepensadores huyen a las colonias del Nuevo Mundo donde triunfan gracias a su esfuerzo, siendo ellos quienes poco a poco se rebelen contra una monarquía que despilfarró todas las riquezas que los emigrantes producían al otro lado del Océano. Son los momentos de mayor pobreza de nuestro pueblo a pesar de que la ‘Corona Imperial’ era la más rica del planeta, y esta miseria marcará la imagen histórica que el resto del mundo occidental tiene de nuestro país. El pensamiento se ve amordazado hasta el punto de que incluso personajes pertenecientes a la propia Iglesia, como Santa Teresa de Jesús o Fray Luis de León, sufren la persecución de la Inquisición y van a parar a la cárcel. La Edad de Oro de nuestra cultura es una prueba de como los más ilustres intelectuales: Cervantes, Calderón o Lope de Vega, viven en la absoluta miseria. Este periodo negro de nuestra historia, tan alabado por algunos historiadores aduladores del poder, no es ilustrativo de lo que fue la Edad Media española. Desgraciadamente en este escaso tiempo, apenas tres siglos, los fanáticos inquisidores destruyeron la mayor parte de nuestra historia, para ofrecer al mundo la imagen de un pueblo ejemplar en el que el sufrimiento y la represión eran lo único que a su Dios vengador y cruel, degeneración del primitivo cristianismo tolerante, sincrético, liberal y fraterno, le era grato.

- Novena época: Año 1717. Masonería especulativa y ‘Las Constituciones’ de Anderson 

Esta época de transición de la masonería operativa a la especulativa se inicia en el siglo XV cuando en el Renacimiento se empiezan a crear las escuelas libres de arquitectura, pintura, escultura, etc., y los masones se quedan sin trabajo, y consecuentemente sin dinero y sin influencia social.
En 1439 el rey Jacobo II de Escocia, en virtud de su privilegio real, concede a las logias operativas que ya apenas tenían medios de subsistencia, la virtud de ser protectoras herederas de los señores de Santa Clara de Rosslyn.
Años más tarde, durante el reinado de Jacobo IV (1513-1542), esposo de María de Lorena y padre de María Estuardo, a la sazón señor de Santa Clara, trajo un importante número de masones italianos que adscribió a las logias escocesas para modernizarlas según el modelo de las academias italianas, impulsándolas como movimiento sociocultural, filosófico y universal.

En 1607 es el propio rey de Inglaterra Jacobo I quien se declara abiertamente protector de la masonería y desea recuperar las tradiciones iniciáticas de la alquimia, las ciencias esotéricas y las filosofías herméticas, perseguidas por la Iglesia durante el Renacimiento, y haciendo que masones y rosacruces proliferen por toda Europa.
En 1703 la masonería operativa se desploma definitivamente cuando la Logia Saint-Paul de Londres adopta la trascendental decisión de admitir en su seno a burgueses, ajenos al trabajo artesanal, declarándose abierta y reformando todos los estatutos y rituales para dar cabida a los neófitos, no como masones aceptados, sino de pleno derecho.
A partir de ahí todo se acelera, hasta que en 1717 se funda la G∴L∴ de Londres que unifica todas las pequeñas logias que operaban en la ciudad. En 1723 el pastor James Anderson redacta ‘Las Constituciones’ que habrán de regir las logias a partir de ese momento y, desde entonces, la creación de nuevas logias por toda Europa se convierte en práctica habitual en toda ciudad que se precie de poseer cierto nivel sociocultural de libre pensamiento.

- Décima época: La francmasonería liberal 

La importante escisión que se produjo a principios del siglo XIX entre la Gran Logia de Inglaterra y la de Francia, supuso durante años una absurda pero importante barrera entre masones que, afortunadamente, se va diluyendo poco a poco.
En estos momentos, y por razones de progreso social, los masones regulares o anglosajones que se consideraron a sí mismos como los únicos depositarios de los antiguos Landmarks, están transigiendo con los principios liberales que alumbraron nuestra Obediencia desde el origen de la Humanidad, venciendo así algunas reminiscencias victorianas a las que aún se aferran.

El origen de esta separación fue más político que masónico, ya que los principios éticos de ambas órdenes son los mismos y los hechos más o menos son los que se cuentan a continuación. El principio de gobierno sinárquico que la masonería defendió siempre, y de cuyo beneficio social y económico fue ejemplo el impresionante éxito logrado por el sistema de gobierno templario, se empezó a plantear de nuevo en la Francia de finales del XVIII, ya que las logias no aceptaban las continuas equivocaciones de los reyes que estaban arruinando al país.
Esta importante actividad política basada en nuestro lema: Libertad, Igualdad y Fraternidad, llevó a Francia a la Revolución, pesadilla que algunos consideraban lícita y necesaria para alcanzar un sistema de gobierno justo, basado en los principios de la República democrática.

El éxito del pensamiento liberal masónico, hizo que Francia pasase de tener unas doscientas logias a principios de siglo, cuando Napoleón I fue iniciado, a más de mil doscientas en 1814, cuando el emperador fue destronado y exilado a Elba.
Durante la Tercera República la Iglesia tomó partido en la vida política y se declaró abiertamente monárquica y conservadora, lo que generó un movimiento anticlerical en la masonería francesa que no estaba dispuesta a retroceder en los logros conseguidos en defensa de la Democracia y del respeto por los Derechos Humanos.

En 1877 el Gran Maestre Frederic Desmons, ex-pastor protestante que había renunciado a su ministerio para dedicarse a la política, suprimió en su Obediencia, ‘El Gran Oriente de Francia’, la obligación de tener que trabajar para la Gloria del Gran Arquitecto del Universo. No implicaba el menor carácter ateo, sino exclusivamente una prueba más de la escrupulosa tolerancia hacia las libertades ideológicas que debe defender la masonería. Esta valiente decisión, que, repito, en modo alguno inducía al ateísmo a los masones, fue considerada como herética por los sajones, que rompieron los lazos de fraternidad con Francia, quizás porque la G∴L∴ de Inglaterra estaba principalmente constituida por nobles y príncipes de la Iglesia anglicana cuya soberanía autárquica y tradicionalista se veía cuestionada por las ideas renovadoras del liberalismo sinárquico.

A partir de ese momento se considera que hay dos masonerías: la regular o anglosajona y la liberal o francesa.
Al principio comentaba que estas barreras están cada vez diluidas y afortunadamente hoy día, a pesar de que una de las características propias de la sociedad inglesa sea aferrarse a sus antiguas tradiciones, los regulares ya sólo mantienen rígida la norma de no admitir a las mujeres en su Orden, lo que quizás permita augurar una próxima y feliz reunificación.
En cuanto al polémico y manoseado asunto del ateísmo masónico, quiero aclarar tres puntos para negar las falacias divulgadas por nuestros detractores, y que los profanos deben conocer para entender nuestra postura ante la Iglesia:

  1. La masonería nunca se ha enfrentado a la Iglesia católica ni a ninguna otra, simplemente respetamos por igual todas las religiones de la tierra, postura que ha sido interpretada como herética al no reconocer como única religión verdadera a la cristiana. Esta actitud ecléctica es la que ha provocado que algún Papa, no todos ya que en el Vaticano la interpretación de la palabra de Dios varía en función de las ideas políticas de cada Pontífice, nos haya declarado la guerra, sometiéndonos a crueles persecuciones que algunos de sus secuaces, Fernando VII, Franco, Hitler, Mussolini, etc., han ejecutado en su nombre.
  2. Entre nosotros la palabra ‘Libertad’ es sagrada y sólo implica que cada cual puede pensar o creer en lo que considere oportuno, sin ejercer ni divulgar el menor condicionamiento político o religioso. De hecho en todas las logias, tanto liberales como regulares, está prohibido hablar de política y de religión, y se trabaja para la gloria del G∴A∴D∴U∴, interpretación que cada cual puede hacer libremente acorde con sus ideas religiosas. El libro sagrado casi siempre es la Biblia, aunque no obligatoriamente, y un alto porcentaje de masones somos cristianos. El ateísmo obligado es una completa falacia y conductas antirreligiosas, como renegar de la Cruz o pisotearla, son invenciones de mentes enfermas, fanáticas o de simples vividores como aquel famoso de Leo Taxil, un estafador que después de ser encarcelado por varios timos, encontró un filón calumniando a la masonería*.
  3. Respecto a la posible religiosidad de la masonería regular y el ateísmo de la liberal, hay que aclarar que fue contra la G∴L∴ de Inglaterra contra la que el Papa Clemente XII dictó en 1738 su bula In eminenti Apostolatus specul por la que condenaba radicalmente esta práctica, es decir, ciento treinta y nueve años antes de que el pastor Desmons liberalizase las ideas religiosas en su Oriente y la masonería liberal se reconociese laica (que no atea). Por tanto no existen diferencias sustanciales en cuanto al liberalismo de ambas tendencias ya que ninguna promulga el ateísmo.

*Respecto a este individuo que afirmó que durante su pertenencia a la Obediencia había presenciado como la masonería era una secta cuyo objetivo era el culto satánico, creo oportuno hacer algún comentario ya que sus escritos han sido continuamente tomados al pie de la letra por las diferentes facciones antimasónicas.

Su nombre real era Gabriel Jogand Pagés y fue condenado a ocho años de cárcel en Marsella por organizar un escándalo (una supuesta invasión de tiburones en la bahía) para promocionar un periódico sensacionalista, llamado Le Marotte, que fue clausurado por las autoridades.

Consiguió huir a Ginebra donde preparó otra estafa arguyendo que estaba buscando una misteriosa ciudad romana que se encontraba bajo las aguas del lago Leman.

Salió de la cárcel gracias a una amnistía y escribió un libro divulgando los supuestos vicios del Papa Pío IX, esta vez la jugada le salió bien, ganó mucho dinero y cuando las ventas bajaron, declaró que todo había sido una mentira y que pedía volver a ser acogido por la Iglesia.

El Vaticano aceptó bajo cierto pacto. Desde entonces empezó a escribir contra la masonería, de la que había sido irradiado al conocerse sus actividades delictivas. Su cruzada antimasónica fue un éxito tan grande que llegó a crear personajes falsos como Sophia Walder, según él bisabuela del anticristo, y Diana Vaughan, también según su fantasía iniciada en una logia americana, consagrada a Satán y poseída por el diablo Asmodeus. El cuento llegó a ser tan esperpéntico que hasta presentó cartas firmadas por el demonio Bitrú. Al barruntar su error, Leo Taxil cambió la imagen de su heroína y la presentó como arrepentida de su pertenencia a la masonería, dispuesta a contribuir con la Iglesia, a denunciar los horrores de la Obediencia y a entregar cuantiosos donativos.

La bufonada llegó a lo grotesco cuando el Vaticano elogió a la inexistente señora y el cardenal Parochi, tras recibir un importante cantidad de dinero, le envió oficialmente la bendición apostólica en nombre del propio Papa.

El escándalo provocó que en 1896 se celebrase un Congreso antimasónico en Trenzo, con la participación de setecientos delegados, treinta y seis de ellos obispos. En él, los delegados alemanes desenmascararon a Leo Taxil y toda la farsa creada en torno a la inexistente Diana Vaughan.

Entonces huyó a Francia y públicamente relató ante la Sociedad Geográfica de París, como durante doce años había engañado y estafado al Vaticano y a toda la Iglesia católica, ya que lógicamente todo lo que había escrito era falso, incluyendo la existencia de la tal señora, bendita a la sazón por el propio Papa.
Estos datos han sido contrastados y publicados por el padre Ferrer Benimelli, jesuita estudioso de la francmasonería.

 Para ver más sobre este trabajo, pinchen en La Cocina Masónica

Escrito por el (actualizado: 06/10/2015)