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Mucho, mucho vino

 
Publicado en la revista Hojas Libres, Nº 1, verano 2006
Plagio un poco la canción de Sabina, pero es que si para él había mucho, mucho ruido, no vean para los que andamos entre botellas, la jartá de vino que hay, y para quienes tienen que venderlo, no vean.

Hace cuatro o cinco años, publiqué en la revista Viandar un vaticinio que, aunque no soy agorero, ya se está cumpliendo y, lo siento de verás, con verdadero dramatismo, aunque el presidente de la D,O, Ribera de Duero, jure por su Paly Station, que no es cierto.

Por aquellos albores del milenio y basándome en el criterio de los expertos en socio economía, que afirmaban que las fluctuaciones del mercado vinícola reproducen una y otra vez la campana de Gauss, es decir, que a periodos de bonanza le siguen otros iguales en tiempo e intensidad, de penuria, previne tanto el leñazo, como la posible solución, de la catástrofe que se avecinaba en este hermoso valle.
Hace casi treinta años, un servidor de ustedes se enamoró de la Ribera del Duero y de una perrita Yorkshire. El animalito pereció hace años, como era su obligación, pero no quisiera ver como esta zona vitivinícola sigue sus pasos, y desgraciadamente, empieza a oler a fiambre.
Hará un par de lustros, un amigo bodeguero de la zona que tenía in mente abordar un fabuloso plan de inversión de viñedo, me pidió consejo y, tras pocas horas de análisis, llegamos a la conclusión de que cuando las actuales plantaciones (las que se habían creado y se estaban creando en aquellos años) dieran el 100% de su rendimiento, el mercado existente de vino de La Ribera no alcanzaría ni el 20% de su producción.
Espalderas, riego por goteo y abonos sintéticos, nuevas técnicas de superproducción en una zona que se había caracterizado precisamente por lo contrario ya que su uva autóctona, la Tinto Fino, ampelográficamente igual a la Tempranillo, al aclimatarse al terruño, bajaba espontáneamente su producción a menos de la mitad, con lo que ofrecía unas concentraciones de antocianos, taninos y polifenóles, casi impensables en otras regiones españolas y que eran el motivo de que sus vinos hubiesen logrado tan merecida fama.
Solución: o se abría un 80% mas de mercado, o se reducía drásticamente la producción hasta alcanzar volúmenes asimilables.
Total, que conociendo el percal y la nula predisposición de los bodegueros para afrontar la situación con responsabilidad, ambas eran inviables, por lo que el estacazo era inminente.
Además de un aspecto muy grave, el empobrecimiento de su calidad, ya que, al sacar nueve o diez toneladas por hectárea, lógicamente las anteriormente citadas concentraciones bajarían a los nivbeles de vino peleón (sería bueno que el consejo regulador diese información sobre los IPT de cada vino).
Después llegó el sospechoso e injustificado subidón de precios de La Rioja del 99 y todas las zonas se subieron al carro. “No hay vino” decían los distribuidores felices y contentos de poder especular obligando a los hosteleros a comprar diez cajas de morralla si querían una del estrella del catálogo.
Ahora ya sí hay vino. Y no vea usted cuanto. Mucho, mucho vino. Vamos, que si nos lo propusiésemos, podríamos ahogar a toda España en crianzas en reservas de la Ribera.
Solo falta que alguna bodega anuncie una bajada de sus tarifas (ya hay unas cuantas que, bajo cuerda, regalan una caja por cada dos compradas) y todo el castillo de naipes se vendrá abajo.
Un compañero de la crítica enológica, todo un gurú nacional, dijo por aquel entonces algo así como: “Es bueno que el vino español sea cada día mas caro”, le faltó puntualizar: “... porque así tendremos más donde morder los críticos”, pero se olvidó de que el consumidor no es tan imbécil como él calculaba y, aunque durante el último lustro ha habido muchos inocentes que han quemado fortunas probando los “Ultra Alta Expresión de Autor en Garaje Supercalifragilisticos” que el dominical ponía por las nubes, ahora, el que mas y el que menos, empieza a estar harto de hacer el primo y hasta muchos están regresando a marcas tradicionales, que por lo menos no dan sustos.
En estos momentos ni nosotros, los profesionales, que catamos mas de dos mil vinos cada año, podemos estar al corriente de todo lo que sale al mercado.
En una feria de vinos de Castilla León que se celebra cada año en Salamanca, compruebo una y otra vez que mas de la mitad de las marcas catadas me son completamente desconocidas, pero lo mas grave es que, del mas de un centenar de vinos probados, tan solo un par de ellos me resultan interesantes. Eso sí, cuando pregunto a qué precio saldrán al mercado, todos superan los mil duritos (mantengo la moneda tradicional porque dicho en euros parece que suena a menos).
En la última edición de mi guía “Asturias Gastronómica”, solo incluí vinos que no superasen los 20 euros. Afortunadamente en otras regiones españolas hay bodegueros que mantienen la cabeza sobre sus hombros, como en la vecina Cigales. Cada uno tiene su perfil, y el mío es recomendar a mis lectores aquellos vinos de calidad absoluta superior al 7 y precio en torno a los 10 euros, incluso hay varios de 5 o 6.
¿Vivan los vinos caros?
Lo siento querido colega, pero me temo que tu canto de guerra se quedó en taponazo de gaseosa.
El desmadre de Priorato ya está pagando sus platos rotos. Muchos de los supuestamente grandes de aquella región, aquellos de los que tan categóricamente se decía: “Está potencialmente magnifico. Ahora resulta duro y áspero, pero con años de botella, será una joya.”, se están viniendo abajo sin haber alcanzado esa pretendida solemnidad y sus bodegueros están ya lanzando lineas intermedias para que, sin romper la imagen de sus galácticos, poder facturar algo fuera del ámbito Robert Parker.
Existen verdaderas glorias en nuestro panorama vinícola, como el Numanthia, Termanthia, Pago de Carraovejas Cuesta de las liebres, Cirsion, o Terreus, por los que merece la pena tirar un día al año la casa por la ventana, pero solo son media docena, no doscientos o quinientos, como hay en el mercado.
Me temo que el desmadre va a empezar a pasar factura a quienes siguieron las enseñanzas de aquel gurú que gritaba “¡Vivan los vinos caros!” y muchos de aquellos blufs se van a avinagrar. Muchos de aquellos globos, como el tragicómico Culmen de Lan, ya se han pinchado y sus infladores están poniéndose caretas de bruja para que algún hostelero no les parta la cara.
La curva de Gauss está cogiendo la cuesta abajo y el gradiente de la curva se presume vertiginoso, tanto como lo fuera la meteórica subida.
Así es la representación gráfica de dicha ecuación.
Como decía mi tata: “Después de la risa vienen los llantos” y por la soberbia y codicia de unos cuantos, vamos a pagar todos, porque no olvidemos que el vino mueve muchos millones y cuando toquen a arrebato, aquí habrá más que palabras.
No creo que la calidad se venga abajo porque sería absurdo desandar el camino, solo espero que no sigan contando el rollo de “viñas viejas, barrica nueva, etc...” para intentar clavar los mil duros por botella. ¿Habían comprobado ustedes que una botella de buen malta de 12 años, Glenmorangie, Macallan, Glenrothes, etc., que puede dar tranquilamente de sí para una copiosa sobremesa de cuatro personas, cuesta en torno a los 30 €, y sin embargo es considerada como un superlujo, mientras que las de estos “Vinos de autor”, andan por los 40 €?
Pagar mas de 20 € por un vino es un lujo que presupone un gran disfrute, pero cuando el precio supera los 30 €, la pieza debe ser absolutamente espectacular, acojonante.
Como esta cosecha cumpla con las expectativas que se vaticinan, me temo que van a tener que regalar botellas de vinos de la Ribera con cada cupón de la ONCE para poder aliviar la carga.

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