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Vino gallego

 
Publicado en el diario El Progreso, año 1992.
Hablar de vinos gallegos a estas alturas podría resultar una petulancia y una estupidez después de las grandes obras que han escrito maestros tan ilustres y brillantes como Jorge Victor Sueiro, Alvaro Cunqueiro, Julio Camba, etc; sin embargo a mi humilde entender quizás estemos en momento clave de la vinicultura en nuestro país.

El que más y el que menos ya sabe la historia de los monjes de Cluny trayendo desde los lejanos valles del Rhin las cepas de Albariño al valle del Salnés, las diferentes variedades de uvas autóctonas de Galicia, cuales son las tres denominaciones de origen gallegas o que marcas están más en boga.

Esto que parece nímio sin embargo es de gran importancia porque demuestra que los consumidores gallegos están tomando conciencia de que nuestros vinos deben de dejar de ser aquellas turbias pócimas elaboradas con uvas foráneas y cuya "personalidad" (lo pongo entre comillas porque poco tiene que ver el sentido con la realidad semántica de la palabra), era la peste a lías que desprendía, el olor a sulfuroso que casi hacía llorar y una presentación que contravenía todas las normas de higiene que pueda exigir un país mínimamente civilizado.

Galicia tuvo tradición de buenos vinos y así lo atestiguan los distintos escritos de periodistas ilustres como Camba o Cunqueiro quienes describen maravillosamente los rasgos organolépticos de nuestros caldos como en aquella gran obra sobre nuestra gastronomía en que D. Alvaro empezaba el capitulo de los vinos con una frase lapidaria: "Eu podía darlle unha volta ao país coa taza cunca do meu apelido na man". Sin embargo los emigrantes gallegos que inundaron el mundo, con tal de poder apaciguar un poco la terrible "morriña" que les atormentaba por estar lejos de su tierra, acudían a los no menos numerosos restaurantes gallegos que pueblan medio planeta y consumían la pocima que fuese, con tal de que les dijesen que provenía de "a nosa terra".

De este modo los viticultores vieron como plantando cepas foráneas venidas de climas cálidos como la Palomino de Jerez o la Valenciana, obtenían cosechas desmesuradamente superiores en cantidad aunque apenas si tuviesen un mínimo de calidad. Y así poco a poco las cepas de Albariño, Loureiro, Treixadura, Godello, Lado, Torrontés, Caíño, Brecellao,Tintilla, etc., fueron desapareciendo por completo de nuestros viñedos y el vino gallego pasó a ser sinónimo de porquería imbebible, jaquecosa, sucia, acuosa y sin personalidad.

La fama era merecida y hay que decir que todavía son no pocos los milles de litros que circulan por el mundo con esta calidad que desprestigia la imagen de los productos gastronómicos gallegos, sin embargo hay que decir que junto a esos bodegueros inmorales y desaprensivos que tanto daño han hecho y siguen haciendo, hay en estos momentos en las distintas denominaciones de origen profesionales del vino que en pocos años han llevado el nombre de sus vinos a lo más alto de la crítica mundial.

Todo negocio es lícito mientras cumpla las leyes que marca la administración, pero yo me pregunto si es honesto vender esas porquerías con aromas artificiales de moscatel y con nombres engañosos como "Xoven", "Cambados", "Condado", etc., que sin ningún tipo de control por consejo regulador alguno, han invadido el mercado provocando insufribles resacas a los incautos que caen en la tentación de pasarse un día un poco más de la cuenta.

Una vez más tengo que repetir que los consumidores tienen que tomar conciencia del grave peligro que corren al consumir productos de mala calidad y que deben molestarse en adquirir cierta cultura gastronómica y enológica para despreciar esos bodrios y hacer cerrar esas factorías de líquidos alcohólicos que no deben recibir en ningún momento el rango de vino.

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