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Vinos de la casa

Copa de vino
 
Copa de vino
Diario El Comercio año 1999.

Una de las diferencias substanciales que aún sufrimos en nuestra hostelería, a diferencia de las francesa, italiana o incluso británica, es que en aquellos paises cuando uno va un restaurante, humilde o medio, cuando se habla del vino, el anfitrión siempre guiña un ojo y nos dice aquello de: «No se apure, tenemos un vinillo de la casa que me lo hace un primo mío, que va verá que rico está».

Ni que decir tiene que es una mentira hostelera más, como lo del pescador local que trae los pixines recién salidos de la mar, o la pastorcilla que hace los quesos artesanos en el monte que se ve por la ventana, pero ese hecho demuestra que hay algo de interés, y hasta en muchos casos ese claretillo del país suele ser un vino más que aceptable, y encima a muy buen precio.

Puede parecer un tema banal, sin embargo son de esas cosas que cuando se prueban, luego se hechan en falta, hasta tal punto, que en estos paises el vino de la casa, es una de las cartas de identidad del restaurante.

Y aquí tenemos que ir a ello. 

Hace tres años nadie pensaba que nuestros restaurantes alguna vez pudieran ser juzgados por sus cartas de vinos, sin embargo hoy ya es un hecho, y muchos de los grandes, están teniendo que pedir a algún experto que le actualice su carta porque los clientes se quejan por su negligente presentación, o por estar obsoleta.

Sin embargo todavía no exigimos calidad alguna en el vino de la casa, es más, salvo la circunstancia de tomar un menú económico donde lo tomeremos mezclado con gaseosa para salir del trance, a nadie se le ocurre recurrir a esta opción porque la respuesta suele ser esa terrible opción de: «lo quiere Rioja o corriente», y ya el Rioja es de esos de factoría, pues el corriente no debe ni calificarse.

¿Tiene un tabernero que saber de vinos y encima recorrer media España buscando ese desconocido tinto con que va a regalar el gusto de sus clientes?

Pues honestamente yo creo que sí, porque es un servicio más, pero especializado, porque beber lo mismo que venden en el super de la esquina, pero pagando por un chato lo que cuesta la botella, realmente me parece absurdo.

Y ya no hablo de barras, si no de comedores, porque cuando un servidor de ustedes estaba en el oficio, una de las escapadas que con más anhelo esperaba, era precísamente esa, irme con un par de amigotes a Valencia para probar ese blanquito del año que tan bien me estaba funcionando, a Aranda para ver como evolucionaba esa cuba de reserva que me iban a embotellar en mayo, o ¿porqué no decirlo? aceptar esa invitación al Penedés para dejarme convercer de poner también un cava de la casa en la carta.

Otra opción es contar con un buen profesional (no uso la palabra proveedor porque la mayoría de los vendedores de vino no sienten el menor intereés por él, y venden estos como si fuesen tornillos), algo amiguete, que nos aconseje alguna de esa bodeguitas que él conoce por Toro o en el Bierzo, y que por un precio razonable, nos puede cubrir el expediente.

No olviden que en el vino de la casa es donde un hostelero obtiene el mayor margen de beneficio, así que lo menos que puede hacer, es molestarse un poco, y seleccionar un buen producto.

Escrito por el (actualizado: 10/11/2013)