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La Criolla

 

Marzo 2009

C/ Calixto Fernández de la Torre, 2
Valladolid
Teléfono: 983 37 38 22

Precio medio del menú30 €
Bodega4 sobre 5
Tiene ParkingPlaza Mayor
Periodo vacacionalNo descansan
Días de cierreLunes

 Reconozco que siento verdadera pasión por la cocina castellana, sobre todo por esa lujuriosas mesas llenas de raciones de picoteo, recuerdo inequívoco de los buenos tiempos mozárabes en que se comían los interminables mezzés, pero es que cada vez que voy a Valladolid, tengo que pecar en una calle que llamo del Corcho, porque, aunque su nombre sea Calixto Fernández de la Torre, allí hay un barín, llamado El Corcho, donde preparan los mejores buñuelos de bacalao del mundo mundial.

Es el barrio de las tapas, del que tanto he escrito y al que califiqué como el nuevo Gros (barrio de los pintxos de San Sebastián), porque desde que Bergara, Aloña Berri, Pagadi, Iraeta y Cº, se dedican a hacer nueva cocina, para mí, los bares de la plaza mayor de Pucela, son el Top (de hecho intenté hacer un asunto para promocionar a nivel nacional esa joya, pero algún listo a quién le hablé del asunto, llamado Garrote, me birló la idea y la cagó, claro).
Mis ansias por comer asado, hacen que  solo picotee por estas callejuelas, pero el día de mi santo, dije: “No, hoy solo voy a comer pinchos, que es lo que a mí me gusta”, así que fuimos a La Criolla, barra lujuriosa ante la que tuve siempre que contenerme, so pena de perderme el posterior lechacito.
En esta ocasión preparé el asalto con alevosía, reservando y todo.
Nos acomodaron en el comedor Miguel Delibes, porque, Paco, el dueño y jefe de cocina, tiene repartidos sus comedores entre los personajes más ilustres de la tierra, Joaquín Díaz, Rosa Chacel, Marienma, Roberto Domínguez, y Lola Herrera, una tradición que viene desde 1873.
La primera impresión casi nos da la vuelta, porque nos atendió una señorita muy rústica, de esas que, cuando preguntas por tu mesa, contestan “¿Eeeeh?”
Al tirarnos las cartas, cayeron también varias copas, pero, gracias a Dios, la sangre no llegó al Pisuerga.
Afortunadamente, la comanda nos la cogió Paco, el famoso Francisco Martínez, cocinero de las Olimpiadas, y, cuando le pedimos media docena de entradas para picar, no nos miró con desprecio, si no que dijo: “Esto está muy bien, si se quedan ustedes con hambre, después ya piden los segundos”.
Lo típico de la casa son las tablas, una de esas modas que tanto gustaban en los setenta y que servían para que, si empezabas por las cigalas, cuando llegabas a la merluza, esta ya estaba fría, salvo que te comieses todo como un pavo, sin masticar.
Nosotros empezamos por unos lomos de anguila ahumada con caviar de salmón, mi mayor tentación desde que tenía doce años y ya le robaba unos duros a mi madre para merendarme unos canapés en la confitería Mallorca.
Luego nos puso unos crujientes de morcilla de Cigales muy poco afortunados, sobre todo conociendo las de la Maruja, otra exquisitez que solo necesita buen aceite para freír, o, mejor aún, unas brasas, como las que cantara Baltasar del Alcázar.
De las Mollejas de lechazo a la plancha, no quiero ni hablar, porque me dan ganas de volver a coger el coche y salir corriendo otra vez por la A6 ¡Qué golosina! Con patatitas en cerilla y todo.
Pero es que, después, nos sirvió un Morro con tomate, al estilo de la cocina de Felipe II, según él (eso me dio mal rollo, porque aquel tipo era más siniestro que la Inquisición), al que corregí con un poco de Tabasco (la salsa de tomate y pimientos, me gusta picante), que de verdad les digo que se merecía un epigrama laudatorio.
Después nos regalamos con unos Caracoles del terreno guisados al estilo de Tierra de Campos, que también corregí con un poco de picante, y con los que nos despachamos bien a gusto mi hermano Juan Carlos y un servidor, porque su querida costilla, Eva, se dio por vencida.
Decidimos que no tomaríamos postres porque estábamos ya pidiendo agua por señas, cuando la rústica nos trajo sendos platos de judías pintas con perdiz.
Nos miramos con espanto ¡nos habíamos olvidado de las judías!
Probé una por curiosidad crítica, Juan Carlos hizo lo propio y las esposas, muy finas, solo cogieron una puntita de salsa. No dejamos ni el barniz de los platos.
Como ya me he pasado mucho de texto y mi técnico dice que si scrola no lo leen ustedes, pues dejo aquí la crónica de la que ha sido una de mis comidas más felices, a pesar de que la rústica, también me tirase por encima la salsa de los crujientes.

Pueden ver al carta en su web: www.restaurantelacriolla.es

Escrito por el (actualizado: 08/07/2015)