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Espantaclientes

 
Diario El Comercio año 2000.

Hace ya un par de décadas, cuando aún vivía en Madrid, si es que aquello era vivir, llegué a pensar que empezaba a chochear o a estar algo perturbado (mi psiquiatra me lo confirmó después, pero por otros motivos), porque notaba como los ruidos ambientales se convertían en auténticos motivos de agresión contra mi salud, hasta el punto de que mi huida de aquel bullicio fue motivada mas por la contaminación acústica que por la de los humos.

Pocos años después la O.M.S. publicó un informe mediante el cual reconocía la contaminación acústica como un hecho grave y cuantificable, y advertían a las autoridades de los peligrosísimos efectos que llevaba aparejada para los ciudadanos.
Hoy ya es un parámetro de primer orden a la hora de hacer valoraciones de calidad de vida y en Europa los responsables municipales de las principales capitales están gastando verdaderas fortunas en mitigar los niveles de contaminación acústica.
Toda Europa está ya sensibilizada ante este problema.
¿Toda?
Toda no, como diría Asterix, porque hay un poblado de irreductibles asturianos que no se doblegan ante la soberanía europea.
Aquí las obras son las mas ruidosas del mundo, las fiestas se cuantifican por la cantidad de voladores que se tiran, y el ambiente de un chigre depende de lo ensordecedor que sea nivel acústico.
Cenar en una sidrería de moda y pretender mantener una conversación mas o menos fluida puede suponer una prueba solo al alcance de barítonos, tenores y vicetiples, y en cualquier caso implica dos días de afonía.
¿Como se consigue este delicioso ambiente? porque no se piensen que solo se trata de una negligencia, en esto hay alevosía.
Pues uno de los métodos mas frecuentes es el recurso de la televisión.
El truco consiste en poner el volumen al máximo, de esta forma los parroquianos, aunque no haya mas de media docena, para hacerse oir deben vociferar como condenados en la hoguera y el patrón, que suele estar bien entrenado para gritar por encima del tono general, se siente feliz porque en su establecimiento no hay quién pare de ruido.
En algunos casos, como el que se muestra en la foto, la animadversión y ensañamiento del propietario llega a la aberración de colocar dos televisores sintonizados en diferentes canales, con lo que se consigue una perfecta cacofonía absolutamente ininteligible y un nivel de ruido continuo e insoportable que provoca tales vibraciones en las membranas auditivas, que al salir notaremos como los oídos nos zumban durante varias horas.
Y ahora pregunto, del mismo modo que S.G.A.E. cobra un canon por tener un televisor en un bar ¿no sería razonable que Sanidad hiciese otro tanto para sufragar el exceso de trabajo de los otorrinos?
Al igual que los exfumadores reclaman a las empresas tabaqueras grandes cantidades por el cancer por ellas causado, los clientes de las sidrerías deberíamos poder reclamar otro tanto por las sorderas derivadas del exceso nivel de ruido provocado intencionadamente.
Sin embargo no pocos patronos siguen diciendo que el ruido atrae a la clientela y aunque los chigreros mas progresistas y profesionales estén empezando ya a «cambiar el chip», lo cierto es que salir medio sordo de una sidrería sigue formando parte de la tipicidad de este tipo de hostelería.
En Europa esto sería un espantaclientes, pero esto es Asturias.

 

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Escrito por el (actualizado: 17/12/2012)