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Misantropía gastronómica

 
Diario El Comercio añño 2000 (Censurado enterito. Hubo que correr el número)

La verdad es que con los títulos que llevo publicados en lo que va de año, casi podría editar un diccionario de majaderías y aberraciones gastronómicas, pero es que se ve cada especimen por ahí, que no me queda otro remedio que dar cuenta de sus andanzas y fechorías.

La misantropía gastronómica es un fenómeno nuevo, quizás derivado de la abundancia y cada mas en auge en nuestro país, incluso con no poco arraigo ya en este querido Principado.
Se trata de personas que consideran que hablar mal de todos los restaurantes, pelearse sistemáticamente con los camareros, poner en tela juicio la profesionalidad de los cocineros, llamar truhanes a los propietarios o montar escándalos en cada comedor, es signo de distinción, señal de entendimiento, de hombre de mundo cansado ya de pasearse por las mejones butacas y a quién nada le puede sorprender porque ya ha comido y bebido lo mejor de lo mejor.
En la mayoría de los casos suele tratarse de comifabes de papu que, no pudiendo pagarse una buena fiesta, hacen como la zorra de la fábula, que decía que las uvas estaban verdes.
Pero también hay auténticos cansaalmas, pelmazos que, a pesar de tener dinero y un entorno feliz, solo pretenden amargar a sus semejantes y así les parece mas chic hablar mal que bien, siempre por carecer de criterio propio para enjuiciar honestamente una experiencia culinaria.
No voy a dar nombres (ni tan siquiera pistas), pero hay algún compañero de las letras asturianas cuya misantropía le ha llevado al extremo de no poder acudir mas que a un par de comedores donde soporten sus sandeces y que, en vez de reflexionar sobre su calamitosa situación y reconsiderar su postura hacia la humanidad, cada día se jacta mas de su actitud y añade nuevas victimas a su ya de por sí dilatado bestiario personal.
Existe un librín titulado «Teoría del insulto en Asturias», que recopila toda una retahíla de terminos para definir a estas personas, vease: puzcalabre, zamarrón, vinagrientu, tucu, tosquilón, tirriu, seta, ruñón, rabiáu, rabián, queimín, mexacán, imperpexible, gafuras, gafu, gafo, berraco, fumiacu, formientu, encatuláu, cumeciento, cuxáu, fedor y fediondu.
A la vista del repertorio coincidirán conmigo en que no se trata de una paranoia mía si no de un mal lo bastante extendido en nuestra provincia como para generar casi un diccionario de calificativos vinculados a esta psicopatología llamada comunmente misantropía.
Técnicamente se considera que es una perversión del instinto de la simpatía cuya etiología se origina por dos causas principales, una, es un mal disimulado egoismo y otra, es una concepción pesimista de la posible colaboración de sus semejantes.
Tiene un indudable fondo depresivo y suele estar asociado a dolencias hipocondriacas, demencia precoz, alcoholismo, incluso parálisis parciales e impotencia sexual.
Como ven el asunto no es para tomarselo a broma si no que requiere atención médica.
Si tiene usted, inteligente lector de este suplemento, algún amigo que coincida con estos síntomas, recomiendele vivamente la visita a un especialista, psiquiatra, psicólogo o verdugo, porque se quiera curar o no, lo mas importante es quitarnos de encima a estos aguafiestas, pinchaglobos, desgarramantas, o como se les prefiera llamar, ya que ir con ellos a cualquier parte, es arriesgarte a que nos pongan en evidencia ante amigos, conocidos u otras personas respetables.
¡Mexacanes!


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