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Otoño gastronómico

 
Diario El Comercio año 1997.

Para la gran mayoría de los españolitos, el otoño es una estación siniestra: vuelta al cole, a la facultad, al trabajo, pago de la tarjeta de crédito de las vacaciones, compra de material escolar y uniformes de los niños, y sobre todo contar que hasta dentro de diez u once meses no volverán a vivir como les gustaría, o sea, disfrutando de la naturaleza.

De tanto sufrir esta pesadilla, un día decidí mandar todo a paseo, y disfrutar de la vida durante los doce meses del año, y entonces descubrí que el otoño es la estación más fascinante pata un buen gourmet.

Durante estos tres meses largos que dura habitualmente la estación por estas latitudes, Asturias es una auténtica orgía de sabores, aromas y hasta colores, porque adentrarse en un bosque de robles y hayas, es como tomarse un ácido en un parque de atraccciones (me lo imagino, porque obviamente, esto último nunca lo he hecho). Luces, sombras, millones de colores, y esos perfumes que a cada paso cambian según pises unas hojas, un musgo, o cualquier hierba aromática.

Si supiesemos transmitir al resto de España una pequeña parte de toda esta belleza, la desestacionalización del turismo estaría resuelta.

Me comentaba mi amigo Victor Guerra, otro abanderado en la cruzada por promocionar racionalmente el turismo en Asturias, también miembro de la Asociación Asturiana de Periodistas de Turismo, y también ignorado por decreto por la administración, que hace unos días acogió en Cabrales a una delegación de colegas alemanes, y cuando vieron los caminos sembrados de nueces, castañas, manzanas, setas y otras golosinas de tan alta estima en su país, le preguntaban atónitos como no se explotaba tanta riqueza: «Si publicamos en nuestros respectivos periódicos lo que estamos viendo aquí, nadie nos creería. Pensarían que estamos describiendo el país de Jauja de Brueghel».

«No se lo podían creer», me decía el bueno de Victor, «Salieron alucinados».

Claro que como hace poco tiempo cierta persona me recriminó aduciendo que: «No tiene nada que ver el turismo con la gastronomía. Tu lo que tienes que hacer, es escribir como se guisan les fabes», pues que cada cual saque sus propias conclusiones.

Quizás sea que tanto verlo, ya no le den aprecio, o que quizás no lean EL COMERCIO. Si es por eso, ya les enviaré un ejemplar para que aprovechen estos deliciosos días otoñales, y vayan a disfrutar de una sesión de mayado en un lagar naveto, merendando un magosto con sidra del duernu, y unes panoyes en su fueya, asadines nel rescoldu con manteca.

Unos taquinos de queso de Cabrales, ahora que es cuando está en su mejor momento, también se puede tomar con esta deliciosa sidra semidulce, sobre todo si se acompaña de unas nueces del país, y de unas manzanas minganas.

El día que dispongan de tiempo para salir al monte, les recomiendo que se busquen un guía micológico, porque hacer un safari de setas es una experiencia inolvidable, sobre todo si luego pueden disfrutar los trofeos en alguno de los comedores del lugar, que ya por estas fechas están deseando agradar a los escasos visitantes.

Para los más afortunados, una sesión de caza es plato fuerte, y para los que yo tengan licencia de armas, hay muchos restaurantes que preparan estos días suculentas jornadas cinegéticas.

¿Y que me dicen de las matanzas?

Menudos recuerdos se llevarían nuestros visitantes de una buena sopa de fegadu y de unas manzanas cocidas en la grasa de los roxois.

En fin señores, que en otoño Asturias es una fiesta, gastronómica por supuesto, y hasta podría serlo turística, aunque algunos no se lo crean, y a mí no me competa.


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