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Educación y grosería

 

Si hay algo que no soporto es la mala educación.

En Asturias tengo fama de ser un crítico cruel y despiadado, algo que encandila a mis lectores y que incita a hacer pintadas a los rancheros de Tazones declarándome “persona non grata”.

Sin embargo nunca, jamás, me leerán una mala crítica por no saber cocinar.

Un hostelero puede haber elegido una linea de “Cocina de combate” porque cuenta con que va a dar mil cubiertos cada fin de semana y ese es su objetivo.
Obviamente no le voy a aplaudir, ensalzar o meter en mi guía, pero sí respetar su planteamiento de negocio.
Otro cocinero puede no tener muchas luces, bien, pues simplemente le ignoraré como a otros tantos y santas pascuas.
Pero lo que no tolero es la grosería, la mala educación.
Si a algo tenemos derecho todas las personas, es a que se nos trate con la misma cortesía con que nosotros nos dirigimos a ellos y no con ese desprecio y chulería con que algunos camareros intentan compensar sus frustraciones personales.

  • - Buenos días.
  • - Qué.
  • - ¿Como que “qué”? Lo primero devuelva el saludo y luego pregúnteme lo que deseo ¡majadero!

Al oir mi subida de tono, apareció el patrón y ahí la cosa se torció porque, si bien sería injusto poner pingando a un establecimiento porque un empleado sea un cafre, lo que sí justifica mas que de sobra una crítica dura, es que el propio anfitrión comulgue con ese comportamiento.

De hecho aún persiste en la memoria asturiana una critica que publiqué hace ya mas de siete años sobre un conocido restaurante gijonés donde no comí nada mal, y así lo puntualicé, pero el dueño le montó una bronca monumental a otro cliente por devolver una rodaja de mero que no le había gustado.

Pero la pregunta del millón viene ahora: ¿como es posible que muchos de estos sitios, donde le tratan a uno como fuese a pedir sopa boba, estén abarrotados de publico? ¿Tan gigantesca es la comunidad sadomasoquista de este país? ¿O es que los conceptos mas elementales de educación han desaparecido de nuestra sociedad?

Hace unos días contemplé una escena que me hizo dudar de mis propios ojos porque no podía creer lo que veía. No es que fuese un restaurante demasiado fino, si no mas bien popular, de la cadena Nordisk, pero, al estar en una ciudad tan distinguida como es Salzburgo, pues parece que todo el mundo que allí va, debería estar civilizado.

En la mesa de al lado, una mocita, muy mona, de esas que van con la barriguita al aire e insinuando las tetitas, asía el tenedor con la mano derecha y arrastraba la comida hasta empujarla con el índice de la izquierda.
Luego se metía el bocado en las fauces dejando que cayese de nuevo al plato el sobrante y se limpiaba los hociquillos con el dorso de la mano del cubierto. Así una y otra vez.

  • - Por Dios Pepe, deja de mirar que te van a llamar la atención, me reprochó mi mujer.
  • - Pero ¿has visto como comen?, le contesté a la vez que comprobaba que los modales eran compartidos por el hermano y los padres.
  • - Sí, pero prefiero no mirar porque se me va a cortar la digestión.

No volvimos a tocar el tema porque era mas apetecible callejear un poco y pensar en como Mozart se pelearía siglos atrás con el mastuerzo del arzobispo Colloredo, pero ya de vuelta a casa, comiendo en un asador avilesino, me tocó delante una señora que al final de cada plato se hacía la higiene de toda su dentadura, pieza a pieza, diente a diente, con la ayuda de su prominente uña del dedo meñique, dando por concluida cada operación con un sonoro chasquido de la lengua.

Al final de la comida la operación fue ya mas concienzuda y duró no se sabe cuanto porque, nos levantamos de la mesa y ella seguía erre que erre con su actividad digitobucal.

Entre medias pude escuchar como la hermana, mas fina que ella porque en vez de la uña usaba un palillo, abroncó al marido por comer la pierna de cordero con el tenedor, cuando todo el mundo sabe que una pata, salvo que sea de ternera, hay comerla con la mano.

Evidentemente en este caso el problema no venía dado por esa falta de educación familiar que los jóvenes están viviendo actualmente, si no por la mejora del nivel de vida de los españoles.

Hasta ahora estas personas vivían en sus casas y no podían acceder a comer en un buen restaurante y por tanto no es que no existiesen, si no que no los veíamos.

Hoy, ya jubilados, pagados los pisos propios y hasta el de los hijos, con rentas mas que sabrosas y ahorros considerables, pueden viajar y comer en los mejores comedores, pero sin el menor reparo en comportarse con aquellos inconcebibles modales, mas próximos a los animales que a personas que se consideren como tales.

Evidentemente no era de recibo montarle un escándalo a la cerda aquella, pero ¿es justo que ella pueda arruinarme una costosa comida?

Otro día nos entró la risa viendo a un chaval que agachaba la cabeza hasta llegar con la boca al borde del plato y luego empujaba la comida con el tenedor para engullirla como los perros.

El padre nos miró con cara de incomprensión y hasta esbozó una sonrisa pensado que estábamos contemplando la belleza de su vástago, sin comprender que nos reíamos por no llorar al ver los modales de aquel marrano.

Donde no pude remediarlo fue en el precioso hotel Monasterio de San Benito de La Guardia donde un encopetado ejecutivo, con corbata de Hermés incluida, sorbía el café con leche de su desayuno en un auténtico ejercicio malabar.

  • - Tenga cuidado que se va a atragantar, le dije con sorna.

Se quedó pensando el contenido de la frase y cuando comprendió el origen de la indirecta, se levantó y se fue. Menos mal.
Pero ¿qué está pasando?

En E.E.U.U. se están impartiendo, cada vez con mas frecuencia, cursos de comportamiento y protocolo para altos ejecutivos porque ya son conscientes de que muchos grandes negocios se fraguan durante las comidas y que mas de uno se ha visto truncado cuando un apuesto y elegante yuppi, tras presumir del Porsche, el yatch, la graduación en Harvard, la acción del Golf Country Club y los zapatos de Martegani, le ponía un calabacín por sombrero al presidente de la compañía al no saber como usar la pala de pescado.

Cuando éramos pequeñitos, sin llegar a los extremos antes mencionados, si cometíamos alguna falta en la mesa, nos sacudían una colleja y no creo nadie quedase traumatizado por ello ¿Significa progreso dejar que un niño que llegue a adulto sin saber que existen ciertos modales que nos distinguen de las bestias? ¿Es un signo de progreso encontrarse en comedores mas o menos elegantes clientes que deberían almorzar en un cubil?

Ya sé que es como escupir al cielo porque ningún hostelero le va a decir a un cliente que se vaya a comer al establo, pero al menos lo que sí podemos hacer los críticos es lamentarnos y, sobre todo, exigir al servicio un mínimo de respeto y educación o en su defecto, denunciarlo con la misma vehemencia que lo haríamos ante una falta de higiene, de frescura en el producto o de mala cocina.
Eso por lo menos.

 Si le interesa leer más sobre este tema, pínche en el icono Buscador (ángulo superior derecho de su pantalla) y escriba la palabra objeto de estudio. También le recomendamos consultar el enlace a Escuelas de hostelería.

Escrito por el (actualizado: 13/09/2014)